Si hay una escena del evangelio que me hace especial gracia es la primera multiplicación de los panes; la misericordia humana se queda por los suelos ante la misericordia de Jesús. Los apóstoles, muy buenos, se dan cuenta de que la gente necesita comer y piden a Jesús que despida a la multitud para que pueda comprar algo para saciarse. Jesús les responde: “No hace falta. Dadles vosotros de comer”. ¿Te imaginas la cara de los apóstoles?: “Jesús, ¡si apenas tenemos para nosotros cinco panes y dos peces!”.
Quizá aquí está la explicación de por qué los cristianos consideramos “dar de comer al hambriento” una obra de misericordia y no solo un deber de justicia. La pretensión de Jesús iba más allá de las posibilidades de los apóstoles: ¿cómo iban ellos a darles de comer a miles de personas? Jesús no pedía realmente acabar con el hambre de esa gente, sino que quería enseñarles cómo funciona la verdadera misericordia, la de Dios.
Dar de comer al hambriento nos puede sonar a erradicar el hambre en el mundo. Y hay que hacerlo, tanto personalmente, como a través de las instituciones que nos permitan ayudar a acabar con este “escándalo”, tal y como escribió el papa Francisco a la FAO. Pero la misericordia no está en enviar toneladas de comida a África para que nos deje de fastidiar la conciencia, sino en no ser indiferentes con las personas que reciben este alimento. ¿Por qué? Porque como ellos también nosotros somos hambrientos (y si no me creen, ya habrá alguno de los que atienden en McDonald’s que me dé la razón).
Cuando los apóstoles vieron que Jesús les pedía lo único que tenían de comida, notaron que también ellos necesitaban comer. Sus buenas intenciones de que la gente comiera llegaron hasta que Jesús les pidió lo “indispensable”; después reaccionaron. Jesús no dice: “Dar de comer al hambriento cuando te sobre”; él no pone letra pequeña. Por eso, dar de comer al hambriento es una obra de misericordia, porque exige sufrir con el que padece hambre, identificarnos con ellos, dolernos de ver que hay gente que pide de comer.
¿Qué hacer entonces? Aceptar que también somos hambrientos, seguir comprando la misma cantidad de hamburguesas en McDonald’s (pocas, muchas…) y, eso sí, compartirlas con quien no tiene para comer.