Uno de los momentos más importantes del renacer de mi vida, el que me ha llevado al sacerdocio –después de una fase de amargo estancamiento en el tiempo de mi formación– nació de una cosa muy pequeña. Estaba en un momento de crisis profunda, pensaba que lo había malentendido todo, había perdido el gusto por mi aventura y me veía ante el vacío. Un día antes me había entrevistado con el Rector, y estaba totalmente a oscuras.
Estaba fregando los platos. Me había puesto a fregar solo, me traían las montañas de platos, y como el lavaplatos no funcionaba al ritmo del comedor, alguien debía sacrificarse para fregar también a mano. Había elegido ese servicio porque así podría estar solo. Lo necesitaba. Estaba de espaldas a los que pasaban, y podía permitirme llorar. Allí todo era correr agua. Y ese día me paré un instante. Agarré el último plato y me puse a mirarlo. Y pensé: ¿qué me queda a mí? ¿Qué queda de mi vida? No entiendo ya mi pasado, y mi futuro me da miedo. Y pasó el Espíritu Santo. Miré el plato y pensé: solo me queda lavar este plato. Yo no soy otro. Solo puedo lavar este plato. Lo lavé. Lo puse a secar y agarré otro. Y me pregunté: ¿qué es este plato? Un momento de vacilación, y vino la respuesta: es un hermano mío que comerá en él. Y pensé: no tengo luz sobre el pasado y tengo terror del futuro, pero tengo un presente. Y mi presente es esto: lavar un plato para un hermano mío. Lo puedo hacer bien. Es todo lo que tengo.
Algo se quebró dentro de mí. Lavé ese plato con cuidado. Luego otro más. Había entrado en la realidad. Al día siguiente volví a mi puesto para ver si aún era tan luminoso fregar los platos. Y así era. Y pedí poder continuar después de mi turno. Comencé a hacer así las cosas. Con amor, haciéndolas bien. Y limpiar el baño que compartía con otro seminarista, y barrer la habitación, y estudiar la asignatura que no me atraía, y todos y cada uno de los fragmentos de la realidad. Los agarré uno por uno. Plato por plato.
Había descubierto mi capacidad.
Comencé a experimentar una nueva paz, a entrar en las cosas. Era tan pobre que no tenía otra cosa que cada instante, y no me podía permitir andar con remilgos. Lo que era, era. Y estaba sereno. Era un plato que fregar para un hermano. Dos años después me ordené sacerdote, serenamente, tranquilamente. Dejando que de plato en plato las cosas me llevasen allá donde quisiera la Providencia.
De plato en plato he llegado hasta hoy.
Fabio Rossini, en El Arte de Recomenzar.