Jesús, a veces me pregunto cómo puedo llegar a ser tan desastre. Llego tarde a todas partes, se me olvidan las cosas, meto la pata cada dos por tres, la pereza me puede, el orden no existe en mi vida y si todavía no la he liado, espero expectante el momento del día en el que lo haré -porque sé que lo haré, soy especialista-. ¿Cómo puedo ser así? ¿Por qué no puedo ser más ordenada? ¿Llegar a todo más tranquila; o simplemente, llegar?
A veces me siento frente a ti y te lo digo “Joe, Jesús, ya podrías haberme hecho un poco mejor, no sé; más puntual, más cuidadosa, más oportuna… porque es que así no se puede”. Me pregunto con frecuencia cómo voy a conseguir llegar al Cielo si no soy capaz ni de llegar a casa por la noche sin haberla liado unas 5 veces por minuto. “Un desastre así no le llega ni a la suela de los zapatos a ninguno de tus Santos” pienso. “Si es que ya te lo digo yo, Jesús, que no hay por dónde cogerlo, soy un desastre. ¡Con todas las letras y en mayúsculas!”.
Puedo quedarme así horas y horas, quejándome de cómo soy, preguntándome por qué no podrías haberme hecho un poco mejor y sí, un poco enfadada porque me pones muy difícil llegar al Cielo con tantas debilidades. Pero entonces llegas tú y me dices:
“¿Quién eres tú, pobre hombre, para exigir cuentas a Dios? ¿Es que un vaso de barro puede decir al que lo ha moldeado “¿Por qué me has hecho así?”? ¿O es que el alfarero no puede hacer del mismo barro tanto un vaso de lujo como uno corriente?”
Es entonces cuando entiendo qué podrías haberme hecho mucho mejor; menos perezosa, más paciente, con mayor fuerza de voluntad y menores tentaciones. Pero no has querido. Me has querido y me quieres así; desastrosa y olvidadiza, tan inoportuna y tan lianta. Me quieres con esas debilidades y defectos tan míos, porque son ellos las oportunidades que me das para superarme a mí misma cada día y demostrarte lo mucho que yo también te quiero. Porque solo en la lucha, se encuentra la santidad; y no habría lucha sin imperfecciones y defectos.
Gracias a mis debilidades puedo decirte: “Jesús, soy la persona más perezosa del mundo, pero porque te quiero, me voy a proponer esta semana atrasar la alarma solo 1 vez y no 3 veces como suelo hacerlo”. Gracias a estas continuas luchas diarias contra mis defectos puedo decirte: “Señor, aunque soy un desastre, te quiero, y sin dejar de ser ese desastre lucharé cada día por serlo un poco menos”.
Si algo he aprendido en estos años en los que te he ido conociendo, es que sin Cruz no hay Paraíso; no porque sea una exigencia o condición que tú me pones para entrar en el Cielo, sino porque yo mismo no podría hacerme digno de ello si no tuviera méritos que presentar, y esos méritos nacen de batallas ganadas a mis debilidades. Aunque lo cierto es que, ninguna victoria es mérito mío -porque ni a eso llego-, es siempre fruto de tu gracia, de la fuerza que me das, de tu acción en mis acciones. Pero claro, Tú solo puedes entrar a actuar si hay una base sobre la que depositar la gracia, y esa base tiene que ser mi lucha diaria contra mis debilidades y defectos.
Son precisamente esas debilidades y defectos los que se convierten así -con mi lucha y con Tu gracia- en pequeños escalones al Cielo. Por eso me quieres así, y por eso acabas diciéndome: “No me pierdas jamás el sentido sobrenatural. Aunque veas con toda su crudeza tus propias miserias, tus malas inclinaciones, el barro del que estás hecho. Yo, cuento contigo”.
Marta Mata España