Para que el matrimonio pueda crecer cada día, tenemos que ver al otro como lo que es: un don inmerecido. Dios te regala a tu esposo, a tu esposa. Es un don suyo. Él lo ha puesto en tu camino, y ha permitido que os conozcáis y lleguéis a uniros para siempre, convirtiéndoos en compañeros de vida. Él es perfecto para ti, porque es tu camino al cielo. Y viceversa.
Cada mañana tenemos que mirar al otro como un regalo inmerecido del Señor. Dios mío, ¿qué he hecho para merecer este don? ¿Cómo puede ser que esta persona tan maravillosa me haya elegido a mí y no a otra persona? ¿Qué he hecho para merecer su amor? Así, el amor gratuito e incondicional de Dios se me transparenta a través del amor del otro, que me escoge gratuitamente, por ser quien soy, incondicionalmente. Por eso nos convertimos el uno para el otro en sacramento del amor de Cristo por su Iglesia.
Hemos perdido la capacidad de asombro. Nos acostumbramos a todo. Y eso debe cambiar. Cada pequeño detalle cuenta. Cada realidad de este mundo es asombrosa. Cada cosa es un pequeño milagro. Necesitamos volver a sorprendernos del otro, de su amor, de su modo de ser único e irrepetible. Necesitamos dejarnos sorprender por el otro, no acostumbrarnos a él, no darlo por sentado. No dar nada por sentado. Y necesitamos seguir sorprendiendo al otro con detalles, regalos, sorpresas. Somos un regalo inacabado, en constante evolución. Eso no ha de vivirse como una amenaza, sino como una aventura. El otro cambiará y eso no es malo. Es la oportunidad para seguir sorprendiéndome y volver a elegirle. Cada día. Todos los días.
Amar es un verbo, no es un sentimiento: es algo que hay que hacer, que construyo con cada acto, cada palabra, cada mirada. Lo tengo que construir día día. Amar así es posible porque Jesucristo nos capacita para ello.
Publicado por el Padre Jesús Silva en Instagram