Queridos hijos y además buenos amigos: me alegra pensar que al haceros mayores os habéis ido convirtiendo en parte de mis mejores amigas y amigos.
Miro hacia atrás y me acuerdo de cuánto me había dado qué pensar, hace años, en la época de vuestra adolescencia, el tema de ser amigos o no de los hijos.
Por un lado creía lo que oía hablar a gente que me merecía todos los respetos y a la que admiraba: ”Nuestros hijos no son nuestros amigos” y lo aplaudía pensando lo cierto que era.
Pero por otro lado también había leído en los escritos de San Josemaría que teníamos que ser “amigos de nuestros hijos” y él sí que me merecía absoluta confianza.
Así que daba vueltas al tema y me quedaba atascada en la duda.
Deducía más claramente que un hijo no es un amigo, sino un hijo. Un amigo es tu confidente y le perdonas todo. Aceptas lo que él dice y vive aunque no lo compartas, porque es tu amigo. Cómo mucho puedes darle un consejo si es que te lo pide, pero no le insistes ni recriminas demasiado su comportamiento. No se te ocurre reñir a un amigo y sí a un hijo.
Por eso no te tomas igual que un amigo empiece a fumar que empieza tu hijo, o si un día se emborracha tu amigo hasta te ríes de cómo estaba, pero ¡ay si es tu hijo! Tampoco te va la vida en ello si tu amigo no estudia, pero puede amargarte los días ver que tu hijo no abre un libro.
Pero por otro lado estaba el objetivo precioso de ser amigos de nuestros hijos, con lo que supone de confianza y aceptación.
Entonces nuestros hijos ¿debían ser nuestros amigos o no?
Me acuerdo que Cecilia me dijo un día en su época adolescente: “Mamá, me riñes tanto que vamos a perder la confianza y no te voy a contar las cosas” y yo le contesté: “Prefiero perderla ahora y tenerla de mayores”.
Y pienso que por ahí puede ir la respuesta.
Es un gozo y llena de satisfacción ser amigos de nuestros hijos, pero no podemos buscar esa amistad directamente. Es algo que llega como resultado de un camino juntos, no como algo que buscamos a toda costa y a veces transigiendo y aceptando todo.
Por eso cuando ejercemos más de padres que de amigos, nos puede dar la impresión de que nos estamos jugando su amistad. Se enfadan un montón y nos surge el miedo ¿Y si se rebota?. Pero no os preocupéis y seguid haciendo de padres. Confiad en que la amistad la obtendréis más tarde, cuando maduren, como resultado de una vida de amor y coherencia.
Les exigimos porque les queremos, y esta exigencia no pocas veces supone rechazo y rebeldía. ¡Qué le vamos a hacer! Pero no buscamos su amistad, sino hacerles personas recias, valiosas y felices.
Por todo esto no tengáis miedo a perder su amistad en la adolescencia. Seguramente, en muchas ocasiones, la relación se tensa y os surgirá el miedo de “tirar demasiado de la cuerda”. Es fácil que sus intereses no se parezcan a los vuestros y como no son nuestros amigos, sino nuestros hijos, les debemos no solo orientar sino a veces imponer o dirigir hacia cosas que ellos no elegirían, pero que sabemos que es lo mejor para ellos.
A un amigo no le tienes que educar, pero con un hijo siempre que estáis juntos le estás educando, lo quieras o no. Para eso eres su padre o su madre.
Por eso Cecilia no era mi amiga, ni ninguno de vosotros en la adolescencia, pero ahora creo que disfrutamos de confianza y cariño. Tenemos que ser amigos de nuestros hijos pero sin prisa, cuando llegue.
Qué nuestro actuar como padres en las épocas difíciles nos haga merecedores para ellos de otorgarnos su confianza cuando su madurez les haga entender que todo lo hacíamos por su bien.
Claro que esto supone siempre una gran dosis de cariño y mucha coherencia por nuestra parte.
Cuando se educa con estos ingredientes difícilmente los hijos se rebotarán. Os irán dando confianza y amistad y poco les importará ya de mayores si no les dejabais libertad para salir, o si no les comprasteis el móvil hasta la universidad, o lo que sea que tanto les fastidia cuando son adolescentes. Al contrario, pensarán que les queríais tanto que os iba la vida en con quién salían o dónde iban, y os compensaba estar luchando y exigiéndoles (que todos sabemos que es mucho más incómodo y pesado para unos padres que dejarles hacer lo que quieran) y estarán felices y orgullosos de sus padres.
Un beso muy fuerte.
Mamá
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