Tras 47 años en silla de ruedas, hace siete empecé a ser consciente de que no podría seguir ejerciendo la Medicina porque no conseguía estar sentada 8 horas seguidas sin morirme del dolor. Tardó en hacerse realidad otros 5 años más y en 2020 pasé de trabajar 8 horas fuera de casa a quedarme en casa de por vida.
Algunos pensarán: ¡Qué gozada! A lo que yo contesto: Relee el primer párrafo. «…sin morirme del dolor», dolor que sigue muy activo, especialmente cuando paso muchas horas sentada sin cambiar de asiento.
Y ahora, ¿qué? ¿Qué se hace con media vida por delante sin poder dedicarla a lo que más te gusta? ¿Qué se hace cuando a las ocho de la mañana te quedas sola hasta las cinco de la tarde? ¿Cómo se vive con dolor todo el día y sin nada más que hacer que estar en casa?
Pues ese momento es muy difícil. Inicialmente te dices: bueno, primero cuidarse y luego, ya veremos. Pero el tiempo es malo y la soledad peor. Así que viendo que esto era de por vida y que a lo lejos asomaba un «pobredemí» con tintes de depresión, tomé el toro por los cuernos y empecé a escribir todo lo que hacía y tenía que hacer en ese día; por ejemplo: me he levantado, he despertado a los niños, he preparado desayunos, he recogido la casa, me he acostado, he vuelto a levantarme, he puesto la lavadora… Y así fui escribiendo todo lo que hacía para saber que no perdía el tiempo y que mi vida seguía siendo útil.
Me obligué a despertar a los hijos por la mañana, así me aseguraba de que me levantaba pronto, me duchaba y me vestía.
Me obligué a salir de casa todos los días, aunque lloviera e hiciera frío. Hice una lista de amigas con las que quedar y estrechar la amistad. Aumenté las horas de rehabilitación para ir mejorando poco a poco. Mantuve las cosas no profesionales que me gustaban (foro literario, escribir, coser, bordar…) y poco a poco fui llenando la vida de «obligaciones» no remuneradas: parroquia, ONGs, ayuntamiento, catequesis, amigos y familia: muchas horas de trabajo en casa y de cuidar a la familia.
Todo esto, que me ha costado tanto ir situando entre frustraciones y dolores, ahora me llena y sé que lo hago bien y que tiene mucho valor.
Hace unos días, en una comida familiar, alguien me preguntó: pero, ¿tú qué aportas a la sociedad? Y pensé: ésta me la sé. Y conté lo que aportaba, que es mucho. Y sobre todo conté que lo que aporto no es esencialmente económico, aporto cosas intangibles como el estar en casa cuando llegan mis hijos y saber qué tal les ha ido el día.
Aporto estabilidad familiar. Aporto ser buena esposa y madre (por este orden).
Aporto unos hijos bien educados y buenos que se saben queridos por sus padres.
Aporto un toque de felicidad y algo de locura que intento expandir.
Aporto ser miembro activo de mi parroquia, del colegio y del ayuntamiento.
Aporto fidelidad y confianza a mis amigas.
Aporto una parcelita donde se escucha y se intenta ayudar a los demás sin pedir nada a cambio. Y en donde se enseña a vivir el hoy y ahora, que es lo que realmente depende de nosotros.
Y tú, ¿qué aportas?
Elena Abadía