Seguro que todos los que me estáis leyendo, os habéis planteado más de una vez cuál es el verdadero objetivo que tenemos en nuestras vidas…muchas veces, vivimos inmersos en una rutina que nos despista de nuestro verdadero fin, de aquello que nos llena y que nos aporta la máxima felicidad. Es decir, en nuestro día a día, vivimos influidos por la sociedad, y especialmente, por el círculo de personas en el que nos movemos. Eso hace que, en un mismo ambiente, valoremos y queramos prácticamente lo mismo.
Sin embargo, hay ciertas cosas que independientemente del ambiente social en el que nos movamos, son muy valoradas por todas las personas, como son el amor, la salud y la paz. No obstante, parece que en la sociedad en la que vivimos se han invertido las reglas, y han pasado a cobrar mucha más importancia otras cosas, no necesariamente materiales, como son el prestigio, la activísima vida social, la belleza y la diversión.
Muchas veces no nos damos cuenta, porque la rapidez con la que vivimos, la cantidad de cosas que hacemos, y todas las personas con las que tratamos, no nos permiten ver más allá. Por eso, hay ocasiones en las que nos paramos a pensar que cómo es posible que teniendo una vida aparentemente buena, con salud, con buenas amistades, e incluso con todo lo necesario para vivir bien, no nos sintamos felices; y no solo eso, sino que a veces sentimos incluso ansiedad o apatía…
Yo creo que eso se debe, a que esa rapidez de la que hablo, nos hace poner muchas veces el “piloto automático” de nuestras vidas, y dejamos que sean nuestras ocupaciones, nuestros planes, nuestra gente, la que nos vaya poniendo los objetivos que aparentemente nos van a reconfortar.
Pero siempre llega ese momento, en el que te das cuenta que por muy buenas que sean todas esas cosas, no te llenan suficiente, y necesitas nuevos objetivos, nuevas metas, nuevas prioridades…entrando en un círculo en el que ya no sabemos ni a dónde vamos.
Pues la respuesta a este planteamiento creo que es bastante sencilla, y que se resume en que todas las personas hemos sido creadas por Dios para amar y para ser amadas…y ese amor se puede manifestar de múltiples maneras (amor de familia, amor de pareja, amistad, amor a los compañeros, amor al enfermo, amor al pobre, amor al trabajo…), pero es ese amor lo que nos llena de verdad y lo que debe convertirse en nuestro verdadero objetivo.
Ese amor del que hablo y que verdaderamente aporta auténtica felicidad, se basa en la entrega y la gratitud. Por un lado, cuando entregas tu amor a los demás, cuando les deseas el bien y colaboras por conseguirlo, cuando te olvidas de tus propios problemas, los dejas en manos de Dios y te ocupas de amar a los demás y hacerles felices, por contradictorio que pueda parecer, el nivel de felicidad que consigues es muchísimo mayor, que cuando tratamos de buscar nuestra propia felicidad luchando por nuestros mundanos objetivos.
Del mismo modo, la gratitud es otra manifestación de amor. Recordemos que no solo es bueno amar, sino también dejarse amar: es decir, dejarse amar supone querer recibir la ayuda y la entrega de otros…querer recibirla y valorarla como algo muy preciado, como un verdadero regalo de Dios hecho a través de los hombres.
Por eso, os animo a parar de vez en cuando, a olvidaros de todos los objetivos y metas que muchas veces tenemos en la cabeza y que incluso pueden llegar a atormentarnos, y a ponernos como único fin, amar y dejarnos amar, tanto a todas las personas que nos rodean, como a todas las cosas buenas que recibimos cada día.
Pilar Hernández