Vemos a diario cómo en nuestra sociedad se discrimina a las mujeres por el simple hecho de serlo. Las mujeres católicas solemos sufrir con dolor la incomprensión de quienes, lejos de la Iglesia, miran con recelo que una mujer viva y dé fruto en una “institución machista”. ¿Acaso es la Iglesia una institución machista? ¡No, claro que no! Las mujeres pintamos en la Iglesia, ¡y mucho!
A menudo pienso que Dios no se hizo presente en la tierra después de haber bajado en una nube de polvo, ni después de haber construido un avión supersónico que le llevase desde su trono celestial a nosotros, ni siquiera metamorfoseando a partir de algún lindo gatito que anduviera por Belén aquellos años. ¡No! Dios se encarnó en una mujer, Dios eligió el seno de María para habitar; para comenzar ahí el plan de salvación de toda la humanidad.
La persona más perfecta del mundo para Dios -a cuyas entrañas confió a su Hijo- fue una mujer, y Dios no cambia de opinión. La Iglesia, fundada, mimada y amada infinitamente por Dios, ama y da un lugar privilegiado a las mujeres. Nosotras, con nuestras cualidades, tenemos el deber de ayudar a llevar almas a Jesús. La mujer es una fuente inagotable de vida, tanto biológica como espiritual, no podemos perder de vista esa cualidad que Dios nos regaló con todas las de la ley: la maternidad.
La persona más perfecta del mundo para Dios fue una mujer. Y Dios no cambia de opinión.
El camino y modelo para llegar a vivir como Jesús vivió, tanto para mujeres, como para hombres, es María, con su fiat incondicional, su paciencia, su capacidad de resistencia ante los problemas que día a día iban sucediéndose, su confianza a los pies de la cruz, su fantástica manera de vivir la vida: confiando en Dios y guardando todas las cosas en su corazón (Lc 2, 19).
¿Qué tendría el corazón de la Virgen para que Dios confiase a su hijo en sus entrañas? ¡Atrévete a imitarla, la Inmaculada es el mejor camino para llegar a Jesús!