Ayer nos quedábamos en el momento en el que María, después de escuchar el anunció de su prima Santa Isabel, entona el Magnificat. Es decir, reza. Es muy difícil entender el sentido de la vida sin la luminosidad de la oración.
El viernes pasado, después de algunas semanas, me escribía un antiguo alumno de mi Colegio
Buenos días, mi nombre es Pablo, tengo 26 años y desde los 16 empecé a huir de Dios. Esa huida me ha durado 10 años. Mis padres, hace años, tomaron la decisión de separarse y, aunque no era muy consciente, empezó un dolor que no supe afrontar. La huida en mi caso fue no estar en casa, acudir al alcohol, relaciones esporádicas con chicas y búsqueda de la popularidad a toda costa.
De lunes a jueves trabajaba pero los fines de semana los pasaba todo el día fuera de casa y bebía para escapar de mi pepillo grillo, la conciencia, que me recordaba el domingo por la noche lo mismo: lo vació y sólo que estaba.
Pero claro, Dios –como instrumento suyo que soy– no me iba a dejar y un día que ya no podía más le pedí ayuda y ahí estaba Él que, con una sonrisa me abrazo y me dijo: llevo esperándote desde hace mucho tiempo.
Empecé a luchar pero pronto caí de nuevo hasta que el 22 de octubre del año pasado, fiesta de San Juan Pablo II, me derrumbe. Me caí en medio de la calle solo y con convulsiones; me tuvieron que llevar a urgencias y estuve durante unos días ingresado. Y entonces me di cuenta que era un codazo de Dios: Pablete reacciona.
Hoy, después de unos meses de ver la mano de Dios, veo que estar y vivir en Gracia es ser libre y que el pecado es una esclavitud. Que dominarse a sí mismo es disfrutar de la libertad y que dejarse llevar te lleva a ser esclavo de tus pasiones.
María inicia el Magnificat con esta oración: Ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava.
Es muy difícil darse cuenta de la grandeza de ser hijo de Dios sin la oración. Sin pararse a ver lo que Dios quiere de mí; lo que hace y deshace; en cambio es más fácil interpretar a Dios cuando se reza.
Hay una gran crisis de santos porque hay una crisis de almas contemplativas. De almas que amen y enseñen a amar. La actual llamada del Papa Francisco a que todos podemos y debemos ser santos se traduce en una cosa muy concreta: rezar, hacer oración
Chus en febrero de 2013 era una atea convencida y unos años después va a Misa y reza el Rosario todos los días, ¿Cómo es posible?
Muy sencillo. Un día de febrero de 2013, por equivocación, pidió un libro por Amazon de Benedicto XVI que recopilaba sus homilías sobre el Espíritu Santo. Se puso a leer sus sermones y hacer pequeños resúmenes en español que se los enviaba a un sacerdote recién ordenado con el que había contactado en twitter. Cada pasaje del evangelio que comentaba el Papa le iba golpeando más el alma hasta que llego a la conocida frase: El Espíritu Santo sopla donde quiere. Entonces sentí que era frase era para mí: Chus te has encerrado, has huido, has cerrado tu corazón con diez cerrojos pero aquí estoy Yo ahora. Entonces se me saltaron las lágrimas y vi que todo era de Dios.
Chus se encontró con el Amor porque rezó, aunque fuera de casualidad. Mejor dicho por causalidad.
Terminamos ya. Muchas veces me pregunta gente ¿Qué hay que hacer para ser santo? La respuesta es muy sencilla y viene descrita en un punto de Camino: ¿Santos, sin oración? No creo en esa santidad. Buscar la santidad se sintetiza en un aspecto muy concreto: ser almas de oración.
María, nos describe la Sagrada Escritura, era alma de oración porque meditaba todas las cosas en su corazón.