Seguro que ya habéis leído por todas partes que acaba de empezar el Adviento, que hay que prepararse con pequeños propósitos, que hay que preparar nuestro corazón para que Jesús pueda nacer, etc. Y, ¡es verdad! Pero podemos caer en la tentación de que se nos haga repetitivo, del decir «siempre es lo mismo» y no vivirlo bien, de realmente no preparar nuestro corazón y no creer que ¡Jesús viene de verdad!
Meditando, meditando… me di cuenta (con la gracia de Dios) de que la Encarnación es ¡el mayor acontecimiento de la historia, literal! La Encarnación lo cambia todo. Pero este año, el Señor me ha hecho ver que con la llegada de Jesús también llega el Reino de Dios.
Cada día me maravillo más de la sabiduría de la Iglesia, de la maternidad de la Iglesia, ¿por qué? Pues porque cuida todos los detalles, no deja nada al azar, el mes de Noviembre se dedicó a las realidades eternas, a los difuntos, nos dirigió la mirada al Cielo, nuestra verdadera patria, nuestra meta, el sentido de nuestro existir; la última fiesta del año litúrgico fue la de Cristo Rey, el Señor reina sobre todo, Jesús es Rey; y, ahora, en Adviento, Jesús reina humanamente y espiritualmente, Jesús nace e instaura el Reino, hace nuevas todas las cosas, lo cambia todo. Fijémonos bien cómo reina, cómo ha querido venir al mundo y actuemos en consecuencia.
El Adviento debe convertirse en una constante jaculatoria: «¡Ven Señor, Jesús! ¡Venga a nosotros tu Reino!». Con la llegada del Señor todo cambia, el Cielo puede empezarse a vivir en la tierra, el Reino de Dios es instaurado en este mundo, ¡qué pasada! Que este tiempo también nos ayude a meditar cómo es este Reino de Dios, y qué tenemos que hacer para instaurarlo, para vivirlo cada día en nuestro entorno.
El Adviento es, sin duda, el tiempo mariano por excelencia, y por eso la Iglesia, tan Madre, nos propone rezar la Novena a la Inmaculada Concepción, para que meditemos con Ella y nos preparemos como Ella lo hizo. Que este sea un tiempo de cuidar mucho a la Virgen, de mandarle muchos piropos, de cuidar el Rosario, de sentirLa más Madre que nunca.
Que este Adviento sea un tiempo fuerte de oración, de cuidar mucho a la Virgen, al Señor, a todos, porque es más que nunca un tiempo de esperanza, esperanza en que llegue Dios y lo cambie todo. Hay que estar muy atentos a la presencia constante del Señor, pidámosle estar atentos, con el corazón despierto y a la espera. Este mes «es preciso que Él crezca y que yo disminuya» (Jn 3, 30).