Seguro que hemos oído algo sobre el Mindfulness. Se está poniendo de moda entre jóvenes y adultos. Literalmente se traduce como «atención plena» y se trata de ser consciente de lo que haces, de lo que te rodea, de tu vida en general… Hay numerosos expertos en Mindfulness que lo promueven, ofrecen cursos y publican libros en los que dan consejos o profundizan más sobre el tema.
Como vemos, se trata de un fenómeno que se está extendiendo. Por ello es preciso saber de qué se trata realmente y si puede ayudarnos o perjudicarnos, a nosotros y a la gente que nos rodea. Para abordar la realidad del Mindfulness creo que debemos centrarnos en dos aspectos.
Por un lado, la misma aparición de esta técnica y el éxito que tiene nos dice algo de la sociedad en que vivimos. El Mindfulness viene a satisfacer algunas necesidades que tiene la persona en el siglo veintiuno. Entre otras, la falta de silencio interior, de reflexión, de concentración… cuya causa principal es la sobreestimulación a la que estamos sometidos (pantallas, vídeos, anuncios, música…). Conocer esto, poder fijarnos en lo que necesitan las personas que nos rodean, nos ayuda a ayudarlas.
Por otro lado, nos planteamos: ¿realmente el Mindfulness responde a estas necesidades profundamente? La pregunta es importante, ya que a veces esta técnica se ofrece como medio para tener una vida feliz, aportando una solución banal a problemas que pueden ser realmente graves. ¿Basta concentrarse en otra cosa para solucionar un problema? ¿No sería un modo de no afrontarlo más que una solución? Además, la antropología que late en el fondo del Mindfulness puede incluso ser perjudicial. La búsqueda de la propia satisfacción mediante unas técnicas que yo uso esconde un cierto individualismo que nos encierra en nosotros mismos. No es verdad que para relajarnos debamos apartarnos del mundo y de los demás, no olvidemos que necesitamos de los demás, que no somos autosuficientes.
Por último, conviene destacar cuál es la propuesta de Cristo para sanar profundamente las necesidades que antes poníamos de manifiesto. Él nos invita a entablar una relación de amistad y confianza en la intimidad de nuestro corazón. En la oración, en vez de buscarnos a nosotros mismos, buscamos al Dios que habita dentro de nosotros. Jesús nos da la paz en medio de nuestra realidad, de nuestros problemas y de nuestras miserias, y nos ayuda a superarlas.