Alguien llama a la puerta. Es mi madre. Quiere saber, como otras veces, que hago tanto tiempo delante del espejo. Y es que, desde muy jóvenes, maquillarse es un hábito “muy muy femenino” que se aprende de forma autodidacta.
-“Vamos que llegamos tarde”- , pero yo sigo liada con todo mi abanico de pinturas encima de la mesa, pensando qué color elijo hoy, cuál me encaja con mi vestido, mi peinado…, y es que aunque parezca fácil maquillarse, es todo un arte: coger el lápiz negro de ojos y hacer una línea recta, o utilizar un color apropiado de colorete que vaya con tu piel.
Desde que era pequeña una de las cosas que más me gustaba era ver a mi madre ante el espejo cómo se coloreaba sus labios, cómo se arreglaba, y ella al ver el entusiasmo en mis ojos me decía: -“venga hoy te voy a pintar tus pequeños labios de este color, o si quieres te pinto las uñas ¿vale?-“
¡Qué grandeza las madres!, ¿cuánto se aprende cada día de ellas?, y una es que si tu madre es un ejemplo para ti en su arreglo personal, tenderás a imitarla, y seguramente esas pinturas que te pones NO serán “PINTURAS DE GUERRA”, intentando llamar la atención, sino que el maquillaje de tu cara será también tu marca de entrada a cualquier sitio que vayas.
Para todo ello tenemos también otro ejemplo de los mejores: contemplar a Nuestra Madre del Cielo. Yo me imagino que cuando ella se arreglaba para “Su José”, lo haría de forma elegante, con mimo, sencilla, natural…
Aún recuerdo que uno de los últimos días en vida de mi madre, cuando fui a verla al hospital me dijo: -“Date prisa, tráeme mis pinturas, que va a venir tu padre”, y entonces sacó un pequeño espejo de mano, y una barra de labios, y una vez más vi como se pintaba, “siempre pendiente de los detalles pequeños”.
Aquel día cuando regrese a mi casa, no podía dejar de pensar en ella, en su afán por estar siempre guapa para mi padre, en su grandeza de estar siempre pensando en agradar a los demás, aún en esas circunstancias. Y entonces llegué a la conclusión que el arte de maquillarse, es también “un reflejo de tu delicadeza y trato con Dios”.
Colaboración de María de los Ángeles Gallego