Hace unos días, el Papa Francisco animaba a los fieles católicos de todo el mundo a rezar el Rosario cada día durante el mes de octubre, consagrado a esta oración que tanto le gusta a nuestra Madre, la Virgen María.
“Rosario” significa corona de rosas. En la Antigüedad, cuando las mujeres cristianas eran martirizadas, solían morir con sus mejores ropajes y con una corona de rosas sobre sus cabezas, para mostrar así su alegría por su inminente entrada en el Reino de Dios. Las rosas, a su vez, simbolizaban la entrega total de sus corazones a Dios. Al anochecer, estas coronas eran recogidas por los cristianos y, por cada rosa que había, rezaban una oración o un salmo por las almas de sus portadoras. A partir de entonces, la Iglesia recomendó rezar el Rosario, que por aquel tiempo consistía en la recitación de 150 salmos de David. Viendo que esto solo era llevado a cabo por aquellos más cultos y esforzados, se decidió hacer una versión reducida, conformada por 150 Avemarías y conocida con el nombre de “salterio de la Virgen”.
Hacia finales del siglo XII, Santo Domingo de Guzmán, un fraile francés, consternado por los pecados de la región, se dirigió al bosque para realizar tres días de oración y penitencia. Allí, se le apareció la Virgen María diciéndole que la mejor herramienta para convertir a los pecadores era el Rosario, tal y como repetiría siglos más tarde la Virgen de Fátima a los pastorcillos. Tras esta y alguna aparición más, Santo Domingo se comprometió a difundir la devoción a la oración del Rosario. El fervor por esta se mantuvo hasta cien años después del fallecimiento del monje, momento en el que empezó a caer en el olvido.
Después de un siglo en el que la peste negra asoló Francia, hacia el 1460, el fraile dominico Alan de la Roche tuvo una aparición en la que la Virgen, Jesús y Santo Domingo le pidieron que restaurase la devoción al Santo Rosario. Él, junto con otros dominicos, le confirió la forma que tiene actualmente y su rezo se extendió por toda la Iglesia.
Con la victoria del imperio español sobre los turcos en la batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, el Papa san Pío V instituyó en ese día la Fiesta de Nuestra Señora de Victorias. Esto es porque el Papa había pedido a la cristiandad que rezase el Rosario por la flota española, y se atribuye a eso el grandioso triunfo que llevaron a cabo. Sería Gregorio XIII quien modificaría el nombre de la festividad al de Nuestra Señora del Rosario.
De esta manera, queda más que demostrado que el Rosario es la mejor arma para vencer cualquier obstáculo que trate de interponerse en nuestro camino al Cielo. Cuánto le gusta y alegra a nuestra Madre que le ofrezcamos nuestros corazones a través de las rosas del Rosario. No se cansó de pedírselo a los pastorcillos, a quienes se presentó como “la Señora del Rosario», en Fátima; en sus apariciones en Lourdes lo hacía siempre portando un Rosario; la imagen de la tilma del indio Juan Diego se quedó impresa después de que él arrojara todas las rosas que portaba… El Demonio tiembla de impotencia cada vez que un alma lo reza con fervor, mientras que la sonrisa que se dibuja en el rostro de la Virgen es indescriptible. Hagamos feliz a María y Ella nos colmará con su gracia, poniendo luz donde hay oscuridad. Como dijo en Fátima: “Rezad el Rosario para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra /…/ Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
María Ramos