Por gentileza de su autor, Enrique García-Maíquez, transcribo este artículo que ha publicado en el Diario de Cádiz:
Tras el trance de escribir mi artículo contra las blasfemias ateas, que no me gustan las blasfemias ni para criticarlas, me dije: «Uf, ea, ya está». Después, he recibido con veneración y alegría la comunicación del Papa en la que nos pide, como corresponde al Santo Padre y a estos tiempos convulsos, que recemos por la Iglesia a San Miguel («Sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio […] arroja al infierno a Satanás, y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo») y el Santo Rosario («Sub tuum praesidium confugimus Sancta Dei genitrix«)? Entonces, de golpe y porrazo, me he visto en el espejo una viga en el ojo del tamaño de una de las del puente nuevo de Cádiz.
Porque si un ateo que blasfema de un Dios en el que no cree es como un francotirador disparando con un rifle de repetición a los gamusinos salvajes, un creyente que no reza está más loco todavía: anda, como Dante, entre lobas famélicas, panteras agazapadas y leones rugientes, pero se dejó la escopeta en casa porque le pesaba un poco y para ir más cómodo silbando y mariposeando por el campo cual una Caperucita Roja de manual.
Una blasfemia sin fe es absurda, pero una fe sin oración es una blasfemia tácita. O que, en el fondo, nos falta fe, del mismo modo implícito con que al blasfemo ateo quizá no le falte tanta, en el fondo. Un ejemplo de humor negro serían esos dos monseñores que comentaban angustiados una situación muy difícil. Al final, uno de ellos, resignado, suspira: «Estamos en las manos de Dios». Y el otro da un respingo, alarmado: «¡Pero ¿tan mal estamos?!» O lo que cuenta Alfonso Paredes en su novela El Sr. Marbury. Como están agobiados por la sequía, el obispo del lugar, venciendo las reticencias cientificistas propias y las de los fieles, convoca una misa para rezar por que llueva. Los Srs. de Marbury acuden, tímidos y disciplinados, pero en mitad de la ceremonia, la mujer susurra al oído de su marido que se desengañe, que llover, llover, no va a llover. El Sr. Marbury se escandaliza y le echa un severo reproche visual, pero ella le explica: «No, no me mires así. Aquí falta fe: nadie ha traído el paraguas».
En conclusión, 1) que muy bien por Francisco que nos pone a rezar; 2) que es feísimo, con fe, no hacerlo más; 3) que, hoy por hoy, estamos en las manos de Dios, porque, sí, estamos tan mal; y 4) que lo más sensato es que no nos olvidemos de traer el paraguas.
Aquí te dejo el enlace del artículo original: La paja y la Viga