Nuevo horario, gente a la que ver después de tres meses de verano, apuntarse al gym, hacer la compra del piso… ¡el inicio de curso nos consume! Lo peor es cuando te encuentras al típico amigo organizadísimo que ya lo tiene todo en su sitio, y te estresas más…
En realidad pasa lo de siempre, nos dejamos llevar por lo inmediato sin prestar atención a aquello que realmente importa. Vamos de lao a lao quedando con uno y con otro cuando, realmente, lo mejor que podemos hacer es sentarnos en el escritorio e intentar poner un poco de orden.
Se trata, sencillamente, de priorizar, poner lo primero primero y lo último (que suele ser lo que nos llama más de primeras) último. Se ve claramente ahora en inicio de curso, basta pararse un momento, organizarnos un poco, y todo cambia. En el fondo, haciendo esto pasaremos de dejarnos llevar por las circunstancias a coger las riendas del curso, para perfilar un curso mejor, más nuestro, más de los demás… en definitiva, ¡más bello!
Esta actitud debe estar presente cuando empecemos a organizarnos, pensemos qué situamos como lo primero en este nuevo curso. Tenemos la universidad, familia, amigos, deporte, lectura… ¡y Dios!
Precisamente esto último es lo más importante, ¡no lo olvidemos! En primer lugar, porque Dios quiere que estemos con Él, pero también porque Él nos ayuda a que esta actitud de la que hablábamos permanezca a lo largo de todo el curso. Ya San Pablo animaba a los cristianos a estar unidos a Cristo, para que – les decía – “podáis discernir cuál es la voluntad de Dios; esto es, lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12, 1-2).
Si situamos a Dios en primer lugar, si ponemos primero lo primero, todo lo demás quedará ordenado: ¡perfilaremos el curso perfecto!