Brian Alexander Jackson fue traficante de drogas y pastor evangélico, hoy tiene 24 años y ha tomado la decisión más difícil de su vida: ser sacerdote. Su activa participación en la pastoral universitaria en Florida, Estados Unidos y experiencia como catequista en la Parroquia de la Asunción en Jacksonville, lo motivaron a dejarlo todo por Cristo. El es un claro ejemplo de que Dios tiene predilección por los pecadores.
Cuando apenas era un niño sus padres se divorciaron y su madre se casó, “gracias a Dios”, con un católico.
En el 2002, apenas era un adolescente, en un campamento, fue consciente de que Dios lo amaba. La Confesión, dicen, es el sacramento de la alegría, él lo experimentó: “Por primera vez en mi vida la confesión era algo más que hablar con el sacerdote, sentí el arrepentimiento y la paz por el perdón de mis pecados”. Pero, al poco tiempo, ese regalo lo olvidó, empezó a “caer en el agujero que solo podía llenar Dios”, alcohol, drogas, chicas, popularidad.
La fiesta de “jueves a sábado” era insostenible, se endeudó y su salida fue “comenzar a vender drogas”.
Esta encrucijada, que tenía trastocada su alma y su vida, cambiaría drásticamente durante una salida con amigos, tres días antes de año nuevo. Brian aún recuerda aquel extraordinario momento: “En la ventanilla del auto pude ver una visión de mí mismo, en oscuridad. Lo único visible eran los rasgos de mi rostro y una mano estirada hacia una nube blanca, y otra mano saliendo de ella hacia abajo. ¡Pero las dos manos no se encontraban! Dios me habló claro en ese momento y escuché… «te quedas corto en la gracia de Dios». Supe allí mismo que de seguir viviendo como lo hacía, ardería en el infierno por toda la eternidad”. Removido llegó a casa y en su cabeza solo cabía Cristo crucificado. Durante aquellos días, lloró por todos sus pecados. Dice que “experimentó la gracia y el dolor al mismo tiempo”. Entre sus más allegados fue visto como un loco.
Se sintió “llamado” a proclamar el Evangelio en la ciudad, pero su falta de cultura –dice- le llevó a vincularse con la iglesia protestante. “No había momento en el que pudiese estar sin el Espíritu Santo. La cumbre de este espíritu evangélico llegó siete días después de mi conversión, cuando casi me arrestan por ir predicando en un autobús escolar. En aquél estado de euforia y sin una sólida formación fui arrastrado por la Iglesia Cristiana Evangélica. Me re-bauticé con ellos dejando a un lado mi vida católica”.
Las diferencias de la fe católica y protestante se hacían palpables en el hogar de Brian. No obstante, su hermana menor, Emily, le tenía preparada una peculiar invitación, que sacó a la luz el verdadero sentido religioso del joven. “Mi hermana de catorce años, junto a quien es hoy mi líder de estudio de la Biblia Católica, Keegan, me convencieron para rezar sobre mi situación. Así asistía a los cultos evangélicos, pero también a la Misa todos los domingo”.
Brian no olvida su segunda conversión. A sus manos llegó un libro del estadounidense Peter Kreft, uno de los escritores católicos más destacados del último tiempo. Fue el texto “Jesús Shock” -que expone en profundidad el milagro de Cristo a través de la Eucaristía– lo que guió y dio argumentos al muchacho al punto que enfrentó al pastor evangélico de su culto.
“Si no experimentas que ésta es la Iglesia para ti– me dijo, recuerda Brian-, entonces ve a la que sientes que es tu casa”.
Dejó entonces hablar al corazón y hoy cursa el tercer año de seminario en los Siervos del Hogar de la Madre, en Estados Unidos. “Ahora mi fe me consume y pongo a Cristo y a su bella Iglesia por encima de todo. Le debo todas estas cosas al Espíritu Santo, y a las gracias derramadas en mí, a través de nuestra madre, cuyas oraciones constantes me han ayudado a volver a casa”.
Fuente :Religión en Libertad