En las alegrías, en las penas, en nuestros proyectos, en nuestras ilusiones, en nuestras vidas. ¡Qué bueno es forjar una amistad sana y verdadera con alguien! Una amistad que no oprime, sino que libera, que alivia y que a veces nos “aprieta las tuercas”. Seguramente todos tenemos ese amigo o esos amigos que nos ayudan en todo lo que necesitamos, a veces, sin tenerlo que pedir porque ya nos conocen.
El valor de la amistad es importante para cualquier individuo. Recordemos que el ser humano es ser sociable por naturaleza, y que además tiene intimidad y esa intimidad no la comparte con cualquiera.
«Para mí la amistad es una cosa muy seria. Y amigos de fondo, amigos con el porcentaje de lealtad y abnegación que la palabra debe de llevar dentro, puedo tener tres en la vida, no más» (Antonio Buero Vallejo).
Sin embargo, creo que la palabra amistad, al igual que la palabra amor, no tienen la importancia requerida. Las hemos vacilado tanto que ya es común llamar a cualquiera “amigo”. Recuerdo un día, no hace mucho, en que llevé a mi sobrina a un parque donde no conocía a nadie. Al cabo de minutos, vino a mi corriendo junto con otra niña y me dijo: “¡Mira!, te presento a mi nueva
amiga”. Me hizo gracia, y pensé que ojalá y fuera así, y algún día fuera una amiga de las de verdad.
Reconocemos que tenemos más conocidos que amigos, no obstante esos amigos son unos de los pilares de nuestra historia y debemos estar muy agradecidos de ellos.
¿Le hemos dicho alguna vez a ese amigo/a lo verdaderamente especial que es para nosotros? ¿Hemos agradecido a ese “amigo que nunca falla” (Cristo) por todas nuestras amistades? ¡A qué esperas para decírselo!
«Cada nuevo amigo que ganamos en la carrera de la vida nos perfecciona y enriquece más aún por lo que de nosotros mismos nos descubre, que por lo que de él mismo nos da». (Miguel de Unamuno).