Muchos de nosotros asociamos la palabra «santo» a los conceptos de beatorro, mojigato o meapilas. Cómo el Papa conoce las necesidades de su Pueblo, mediante su exhortación «Gaudete et Exsultate» muestra que la santidad no es cosa de canonizaciones o personas con superpoderes.
Para ser santo, no es necesario ser sacerdote o religiosa o ser beatificado o canonizado. Todos estamos llamados a ser santos. En la Iglesia encontramos todas las herramientas para alcanzarla: los sacramentos, la Palabra, la vida en comunidad y el testimonio de los santos.
El Santo Padre habla sobre los santos de la puerta de al lado que son aquellos que tenemos en nuestro entorno: «los padres que cuidan con amor a sus hijos, las mujeres que trabajan para llevar el pan a casa, las ancianas religiosas que curan a los enfermos». Seguro que viendo estos ejemplos te viene a la mente alguna persona de tu alrededor con estas características. Pero, ¿Qué hay de nosotros?
Los jóvenes estamos en el tiempo santo porque somos dueños de grandes decisiones. Ser santo no es otra cosa que aceptar y llevar a cabo el deseo que tiene Dios con nosotros. Depender de Él nos lleva a ser liberados y reconocer «nuestra propia dignidad». No es otra cosa que apostar por Él y no tener miedo. En definitiva, DEJARSE AMAR. Además, tenemos la oportunidad de santificarnos a través de muchísimas acciones que realizamos en nuestro día a día: llevar a Jesús a compañeros sedientos de amor, acoger a un amigo que se siente incomprendido o ayudar con amor a tu hermano pequeño.
El testimonio de los santos es una manera de conocer un poco más la santidad. Desde aquí te invito a que conozcas la historia de Chiara Badano, de 19 años, que está en proceso de ser santa por la Iglesia. Una joven como tu y como yo, que le gustaba salir con sus amigos, el esquí y la música y que supo acoger y aceptar la voluntad de Dios y el sufrimiento que eso podía conllevar. Un testimonio sencillo que muestra que la santidad está al alcance de todos.