Aunque muchas veces no seamos conscientes, para todos nosotros es fácil entender que hemos sido creados para ser amados. Si lo miramos desde el punto de vista humano: cuando una pareja de casados se plantea tener un hijo, ¿Cuál es la razón para hacerlo? ¿Porqué traería a un niño al mundo? ¿Acaso hay otra razón que no sea para amarlo?
Ninguno de nosotros nos sentiríamos cómodos pensando que la razón por la que nuestros padres nos dieron la vida no es esta. Nadie estaría feliz de saber que el motivo de su vida es ausente de amor; respuestas de poca monta como “por seguir la tradición” o “mantener el linaje” no nos convencerían, y mucho menos situaciones trágicas como “por un error”, “por un abuso”, o por alguna desgracia como “para ser utilizado o explotado”.
En el fondo todos sabemos que nuestra vida es la consecuencia de la realización del amor; estamos hechos para ser amados. Incluso si nuestras condiciones de venir al mundo han sido drásticas, entendemos que tiene que haber una razón mayor, algo más grande para que yo esté hoy, aquí. ¡Esa razón es el Amor! El verdadero Amor que se entrega por nosotros por medio de Jesús, que con su vida sella la nueva alianza; alianza en la que Dios nos promete su amor y su compañía hasta el fin de los tiempos.
Los apóstoles, que vivieron en carne propia los milagros del Amor, fueron los encargados de transmitirnos con alegría este mensaje esperanzador. Fue Juan, al pie de la cruz, el testigo de la sangre emanada del Sagrado Corazón de Jesús como muestra fehaciente de su amor por nosotros. Fue Pedro, a pesar de dudar, la solución de piedra donde nuestro Señor fundaría el lugar donde cabemos todos para ser amados. Fue Pablo, en su conversión, el fiel servidor de los demás, al que solo le bastaba Su gracia, el Amor.
Todos ellos con su ejemplo y con su vida han sido responsables de nuestra tradición. Hoy dediquemos un rato de oración con la compañía de San Juan Pablo II, heredero de Pedro, en señal de agradecimiento a Dios por su Amor.
https://www.youtube.com/watch?v=HMy-V8C4eic
“Tu eres mi hijo, yo hoy te he engendrado. Yo seré para él un padre y él será para mi un hijo”. Son las palabras del profeta. Hablan sobre Dios que es el Padre en sentido más alto y más auténtico de la palabra. Dice Isaías: “Oh Señor, Tú eres nuestro Padre, nosotros lodo, y tú el que nos dio la forma, así todos somos obra de tus manos”. “Sión decía: El Señor me ha abandonado, el Señor me ha olvidado”. ¿Puede olvidarse una madre del hijo de sus entrañas? … y aunque hubiera una madre que se olvide, yo nunca te olvidaré”. (Is.49, 14-15) Es significativo que en el libro del profeta Isaías la paternidad de Dios adquiere ricas connotaciones que inspirar a la maternidad. Jesús anuncia muchas veces la paternidad de Dios a todos los hombres que se vinculan a numerosas expresiones contenidas en el Antiguo Testamento. Para Jesús, Dios no es solamente “el padre de Israel, el padre de los hombres”, es el “Su Padre”, es “Mi Padre”.
Siempre hemos sido amados por Dios.
“El Amor jamás dejará de existir”. (1 Co. 13.8)
Pablo Henao