Tras haber ido haciendo preámbulos en la sección de lo que es orar, la importancia del silencio, el amor que Dios te tiene… hemos llegado al punto exacto donde (permíteme la expresión), puedes quedarte flipando de lo que puedes llegar a hacer en tu vida. Una de esas cosas es, sin ir más lejos, hablar “literalmente” como puedes hacer con tu padre o un amigo, con Dios. Una conversación en la que tú hablas y Él también. El único problema que puedes encontrarte está en las ganas que tengas de hacerlo (porque Dios no cambia, está esperando a hablar contigo… pero tú por el contrario tal vez no te decidas por ello).
Piensa por un momento en la persona que más quieres en este mundo y que a partir de hoy deja de hablarte o solo háblale de vez en cuando. ¿Cómo te sentirías? Pues imagínate Dios, que te lleva esperando toda la eternidad (ha creado el mundo entero, ha mandado a su Hijo para que muera en una Cruz y se ha quedado en la Eucaristía) para tener una relación contigo y conmigo.
Con este post de hoy, simplemente quiero transmitirte lo que creo que Dios me pide que haga ahora por Él, y es preguntarte: ¿Hijo, me amas?
Si tu respuesta es SÍ, te hago otra: ¿Hijo, de verdad me amas? Respóndele con todo tu corazón, y entrégaselo. Dios es nuestro Padre y nos conoce, más que nosotros mismos (así que no sirve de nada engañarnos).
Por hoy lo dejamos aquí. Si tus respuestas han sido «sí», en el siguiente post daremos el siguiente paso, para que lleguemos a hablar con Dios y ver su rostro al hacer nuestra oración. Mientras tanto, no te olvides de frecuentar los sacramentos y recuerda, Dios te lleva esperando una eternidad ¿te lo vas a perder?