A veces cuesta creer en el amor personal de Jesucristo. Es mucho más fácil decir que Cristo ama a la Iglesia y a su pueblo, cosa que es verdad, pero no debemos olvidar que ¡Cristo te ama a ti personalmente!
Me ama a mí de forma personal, a ti, al vecino, a tu amigo, a tu “enemigo”… y este aspecto es el que nos cuesta aceptar porque ignoramos y descuidamos lo grande y verdadero que es el amor del Señor. Nos cuesta reconocer el amor de Jesucristo hacia nosotros ya que no amamos a los demás con la misma intensidad con que Cristo nos ama: amor sin condición, amor que no entiende de diferencias, hasta el extremo (Jn 13, 1).
Al fin y al cabo, no reconocer su amor es no tener el valor de afrontar la grandeza del amor de Dios, y se le da la espalda; tenemos miedo que Dios nos conozca y rehuimos de su amor creándonos un disfraz que ponemos en escena, en el mundo, creyendo que podremos “confundir”, “mentir” a Dios: Mira Jesús, soy fulanito/a y soy un/a santo/a porque en Misa me doy golpes más fuertes en el pecho que el de al lado cuando rezo junto con la comunidad el Yo Confieso. Y cuando salimos de la Iglesia hacemos todo lo contrario a lo que hemos confesado con nuestros labios (esto me recuerda al pasaje Mt: 6 ss.). A esto me refiero con el disfraz. Nos da miedo quitarnoslo y mostrarnos ante Jesucristo tal y como somos: un pecador más que necesita de su Amor, como la oveja y el pastor (Jn: 10).
¿Cómo me puede amar Cristo?
Nos dice San Juan: “Nosotros hemos creído en el amor”. Ellos han creído en el amor, en Cristo y para ello se necesita “creer”, ¡Fe!, ¡Fe! Hace falta una luz fuerte y extraordinaria para creer que Cristo me ama; debemos pedir esa fe para poder creer y vivir el amor que Cristo nos da porque a veces vivimos mas de escuchar que de vivir.
Yo podría seguir hablándote del amor que Cristo nos tiene, pero nadie te hará conocerlo mejor que tú mismo en la oración. Lo decía Santa Teresa de Jesús: orar significa “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”.
