Desde el siglo VI, comenzó a celebrarse en Oriente la fiesta de la “Dormición de la Virgen”, modo de expresar que se trató de un tránsito más parecido al sueño que a la muerte.
La Iglesia del Sepulcro de María en el valle de Cedrón, en las cercanías de Jerusalén es, según la antigua tradición eclesiástica de los cristianos ortodoxos, el lugar «donde fue puesto el cuerpo de María«.
“La Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.”
El Papa Pío XII en la Constitución “Munificentissimus Deus”, en 1950, lo definió así, como dogma de fe.
A pesar del silencio de la Escritura, un pasaje del Apocalipsis deja entrever ese final glorioso de la Virgen: “Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna a sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas “(Ap. 12, 1)
Era preciso que Aquélla que había contemplado a su Hijo en la Cruz recibiendo en el corazón la espada del dolor, lo contemplase ahora sentado junto al Padre.
La existencia de María, transcurrió callada y laboriosa, pasando inadvertida, velando por la Iglesia en sus comienzos
Dejó esta tierra, como afirman algunos santos, en un transporte de amor.
“Cualquiera que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico le haya producido la muerte, puede decirse que el tránsito de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en ese caso la muerte pudo concebirse como una “dormición«».
(S. Juan Pablo II, Discurso en la audiencia general, 25-VI-1997.)
La muerte no se gloriará para nada en María, porque Ella ha llevado en su seno a la Vida.
Beatriz Melguizo