Si lo que amamos con más intensidad posee poco valor, estaremos infravalorando nuestra vida, nuestro ser. Nos empequeñecemos si no amamos algo grande y bello. Parafraseando un refrán podemos afirmar: «Dime lo que amas y te diré quién eres». Nuestro corazón está hecho para amar y arde en deseos de infinito. Somos lo que amamos. Mi identidad es mi amor. ¿Pero dónde está ese amor? ¿Dónde está puesto el corazón? Ese corazón pintado en las paredes y en los muros, gravado con una navaja en el tronco de un árbol. Un corazón asociado con un nombre.
No hay ningún bien mayor que la persona. Por tanto, amar las cosas por encima de las personas es un gran error. Quien hace eso se está rebajando al nivel de las cosas. Todo lo que se puede comprar tiene poco valor. Lo verdaderamente valioso es, precisamente, aquello que no se puede comprar. No está en ningún estante, en ninguna boutique, en ningún centro comercial. No es un objeto de consumo. Nadie puede comprar el amor de otra persona. Más aún «si alguien pretendiera comprar el amor, se haría despreciable», nos dice la Sagrada Escritura en el Cantar de los cantares.
Y lo único que nos descubre nuestro propio valor es que haya personas que nos quieran, pero que nos quieran de verdad, incondicionalmente. Saber que hay alguien que me quiere con todo su corazón es un anhelo, el más profundo deseo del corazón humano; es lo que realmente nos proporciona una inmensa alegría y la verdadera felicidad.
Dime qué es lo que amas y te diré en cuánto valoras tu vida. Nos convertimos en lo que amamos. Nada hay más valioso en este mundo que cada persona humana. El valor de cada uno es la Sangre de Jesucristo. «Hemos sido comprados a un gran precio». Somos una piedra preciosa única y exclusiva pensada y diseñada desde toda la eternidad para ser colocada en un lugar preciso que nadie más puede ocupar en la corona del Rey del Universo.
Somos una llama de amor querida para arder junto al fuego del Corazón amante de quien es el Amor absoluto. Tengámoslo siempre en cuenta: No somos cualquier cosa; ni un simple y minúsculo átomo perdido en la inmensidad del universo que se disuelve en un breve instante entre los miles de millones de años que nos preceden y los miles de millones de años que nos sucederán.
Sí, es cierto que estamos formados por elementos químicos y que el valor real de lo que estamos compuestos es nulo. Pero algo que por sí mismo no es valioso puede adquirir un gran valor si se trata de algo único y altamente estimado por todos. Y ese es el caso. Somos barro, somos polvo cósmico. Pero hemos adquirido una forma única y hemos adquirido un valor excepcional, tan excepcional que sólo el más rico, grande y poderoso ha podido pujar por nosotros para que seamos de su propiedad.
Puede que seamos simplemente barro, polvo y cenizas, pero parafraseando a Lope de Vega»mas polvo enamorado». Porque soy barro modelado por el amor de Dios estoy llamado a ser barro que corresponde al amor del divino alfarero.
José Gil Llorca