Qué papel tan importante tiene el perdón en nuestra vida. ¿Os imagináis la convivencia entre las personas sin el perdón? ¿Cuánto tiempo podría durar cualquier amistad si nunca perdonásemos? ¿Y un noviazgo?
El perdón es sin duda un punto clave en la vida del seguidor de Jesús. Es una parte de nuestra relación con Dios: cuando hacemos daño, ya sea a nosotros mismos, o a otras personas, estamos causando una ofensa hacia Él. Por eso nos confesamos y le pedimos perdón, y Él siempre nos perdona, como el padre al hijo pródigo cuando vuelve a casa, sin apenas condiciones. Para eso Jesucristo se hizo hombre, para redimir a la humanidad herida por el pecado.
Es la capacidad que tenemos los cristianos tan interiorizada, de pedir perdón y perdonar. Pedir perdón es una forma de reconocer un daño causado, y transmitir a la otra persona nuestro dolor y arrepentimiento… y perdonar a quien nos ha causado algún daño, de manera que al hacerlo, estamos curando nuestra propia herida del corazón.
Sin embargo, me llama mucho la atención la facilidad con la que podemos llegar a perdonar a cualquier persona, hagan lo que nos hagan, pero lo difícil que nos lo ponemos a veces a nosotros mismos a la hora de perdonarnos.
Resulta paradójico que nos cueste tanto mirarnos frente al espejo con amabilidad cuando somos nosotros los que hemos cometido un error, o cuando hemos actuado como no cabría esperarse de nosotros mismos.
A veces, incluso, este desprecio a nosotros mismos ya no viene necesariamente de haber cometido algún error. A veces no nos perdonamos el simple hecho de no seguir el patrón que se espera de nosotros, un patrón con el que nos bombardean día tras día desde mil frentes y que llegamos a interiorizar como ‘lo correcto’.
Y es que actualmente vivimos sometidos a una autoexigencia que no se corresponde con nuestra naturaleza.
Y esto se da desde el comienzo de nuestras vidas, pues ya desde nuestra infancia, en el colegio, para ser aceptado por tus compañeros, por tu ‘sociedad’, tienes que cumplir una serie de estándares. Puedes ser el ‘guay’ de la clase si los cumples, o el ‘rarito’ si te sales de la norma establecida. Y ya detrás de esto se esconde algo que realmente puede llegar a condicionar tu vida y dañarla
Realmente cuando llegas a la adultez, no creáis que las reglas que imperan son tan diferentes.
Si encendemos la televisión o entramos en cualquier red social, veremos cómo nos adoctrinan directa o indirectamente acerca de cómo debe ser nuestro pensamiento, o cómo debe ser nuestro cuerpo. Qué es belleza y qué no, qué está bien y qué está mal. La importancia de preservar la juventud y la decadencia que supone el envejecer, ofreciéndonos mil maneras de disimular el paso de los años. Ideas absurdas de cómo debemos sentirnos de forma constante. Siempre debemos estar felices (¿acaso alguien sube alguna foto llorando?).
Millones de gurús, influencers y ‘coaches’ nos dicen cómo se debe vivir una vida plena. Cómo deben ser nuestras relaciones con los demás, y mil deberes más. De esta forma, cualquier problema en una relación de amistad o de pareja, o cualquier error que pueda cometer la otra persona, ya se considera una “red flag” intolerable; así que a otra cosa, y que no nos calienten la cabeza. En resumen: tú y solo tú, con mentalidad individual y positiva.
Debemos estar siempre bien. Para ello, tenemos a un solo click miles de consejos y hábitos para ser feliz, donde no cabe el estar mal. Frases motivadoras con un significado muy bonito, pero que en la práctica todos vemos como inalcanzable a pesar de proponérnoslo, y pueden llegar a generar más frustración que otra cosa.
Es obvio que este tipo de mensajes, disfrazados de psicología positiva, a veces no hacen más que mermar nuestra felicidad, porque van en contra de nuestra propia condición humana. Y finalmente acabamos sintiéndonos mal, no llegándonos a perdonar siquiera el ‘no estar siempre bien’ o el no llegar a cumplir esas directrices.
De hecho, existen muchos estudios que vinculan el uso de redes sociales con trastornos del estado de ánimo, por la comparación constante e inconsciente de nuestro sentir y actuar con los del resto de la sociedad, aparentemente “siempre feliz” y siempre “perfecta” a la hora de relacionarse. También se conoce el aumento de la incidencia de otros trastornos causados por intentar alcanzar esos modelos de belleza y eterna juventud, lo que, obviamente, resulta imposible. Por ejemplo, trastornos de la conducta alimentaria o los problemas dismórficos corporales.
Y es que, insisto, parece que debemos hacerlo siempre todo bien. Las normas están claras y las vemos todos los días. Debemos ser perfectos, ejemplos a seguir de vida ‘plena y saludable’ en nuestro sentir y en nuestras relaciones con los demás, sin equivocarnos, pensar en nosotros mismos y de la manera en la que la sociedad de hoy piensa que es ‘correcta’ y cumplir el guion sin salirnos de la raya.
Pero lo cierto es, queridos amigos, que nada de eso es cierto. Obviamente estamos enfocándonos en el guion equivocado. Porque eso no es lo que Dios espera de nosotros… ¡Ni mucho menos!
Somos humanos, y por naturaleza, imperfectos. Solo hay una perfección, y esa es la de Dios.
Y debemos recordar que está en nuestra naturaleza herida el equivocarnos, el hacer mal algunas cosas, el cometer errores, el caernos y no saber de primeras el cómo afrontar algunos obstáculos en el camino, el tener defectos… y ante todo, y lo más importante, debemos recordar que así tal como tú eres, así tal como somos cada uno de nosotros, Dios nos ama con todas sus fuerzas.
Por ello te pido que seas más amable contigo mismo. Recuerda quién eres y no te avergüences por pensar como piensas. No dudes de ti, y si te equivocas, acéptalo, pide perdón, pídete perdón a ti y a Él. Y aprovecha ese error para acercarte más a Dios. Usa tu error como trampolín para mejorar aquello que haya que mejorar, y asume que en todo camino hay baches y que, a veces, nos los vamos a comer de lleno. Y no pasa absolutamente nada, ¡es humano equivocarse y arrepentirse!
Ten siempre presente que Dios ama cada milímetro de lo que somos cada uno de nosotros, incluyendo todo eso de lo que podemos llegar a presumir, pero también con todo aquello que nos avergüenza de nosotros mismos. Porque así nos hizo Él, perfectamente imperfectos, con nuestras virtudes y con nuestros maravillosos defectos.
Todos y cada uno de esos defectos, Dios los abraza y los ama, porque Él dio su vida por ti, por todo lo que hay dentro de ti, por el 100% de lo que tú eres, lo bueno y lo malo.
Así que deja de torturarte por los errores que hayas podido cometer en este camino. Permítete fallar y, sobre todo, recuerda que Dios siempre te perdona. Él siempre está ahí. Nunca se va. Siempre te acepta y te ama como nadie te ha amado ni te va a amar jamás.
Por lo que cuando te reconcoma la culpa, cuando hayas fallado, cuando te hayas equivocado, cuando hayas metido la pata, cuando te avergüences de ti mismo o cuando sientas que hay algo en ti que no va bien… recuerda que eres humano, que Dios no espera de ti que seas perfecto, y que siempre puedes acudir y apoyarte en Él.
Recuerda que un nuevo día es una nueva oportunidad. Aprovecha esos momentos de flaqueza para conocerLe un poco más, toma su mano y camina, entrégale todos tus miedos, entrégale todo de ti, abrázalo y regálale tu corazón sin reservas… y llegarás a ver que lo que hay en tu cabeza y tanto te preocupa no es para tanto. A su lado, todos esos problemas que tanto te torturan se vuelven pequeños.
Porque errores, problemas y obstáculos siempre van a existir en el camino de la vida… recuerda que, al final, todos tenemos nuestra cruz. Todos cargamos con nuestra propia cruz particular en la espalda, pero si dejamos que Dios nos guíe, si lo dejamos todo en sus manos, un camino que nos puede parecer cuesta arriba, se puede llegar a convertir en una travesía maravillosa. Porque tenemos a quien más nos ama, a quien nunca se irá, al que siempre estará ahí, de nuestro lado.
Así que, si te equivocas, nunca olvides el tremendo poder del perdón: perdona, y perdónate, y apóyate en Dios, ponlo en primer plano y asume que, así tal como eres, Dios te perdona, te ama y nunca te dará la espalda.
Nunca lo olvides.
José María Ramírez Instagram: @dr.ramirezconchas