Próximos a celebrar la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús la Iglesia nos propone en este mes de junio dejarnos interpelar de manera especial por esta imagen. En la cita bíblica de Mateo 11, 28-30 Jesús nos dice: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy manso y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana”, de esta manera somos llamados a contemplar el corazón de Jesús y a descubrir en Él el único consuelo posible para aliviar los dolores que se nos presentan en el camino de la vida.
Sólo Jesús puede enseñarnos a amar de manera generosa porque él lo hizo primero con cada uno de nosotros. Amar nuestra realidad, amar a nuestros hermanos, mirarnos con amor a nosotros mismos. La vida de Jesús es una escuela de amor para quien quiera aprender amar profundamente, amar con la vida, amar con todo el corazón. Lejos de Jesús será muy difícil vivir este amor porque la fortaleza para perseverar en este camino sólo puede ser dada por él. Porque es él quien se ha entregado con mansedumbre y humildad a la voluntad del Padre, y es él el que con esa entrega nos ha revelado el sentido de la vida de todo cristiano: hacer la voluntad de Dios.
Es un momento oportuno para que cada uno pueda pedir a Jesús que a imagen de su Sagrado Corazón transforme cada uno de nuestros corazones. Que nos ayude a ser fieles y a servir a nuestros hermanos con mansedumbre y humildad. Sin mezquindades, sin prejuicios, sin criticar o poner excusas. Que podamos experimentar el abandono total de nuestra vida en las manos del Padre y confiar en su misericordia. Que en los tiempos difíciles nos libere de sentir la omnipotencia de poder controlarlo y solucionarlo todo dando lugar a la humildad de saber cuándo dejar todo en manos de Dios.
Hace un tiempo atrás, con motivo de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, el Papa Francisco compartió una oración muy hermosa que creo nos puede ayudar a rezar en estos días:
“Jesús manso y humilde de corazón, transforma nuestro corazón y enséñanos a amar a Dios y al prójimo con generosidad”
Pongamos, sin miedo, nuestro corazón en sus manos y tengamos la certeza de que no hay lugar mejor.
Amén
María Claudia Enríquez