Enrique García-Máiquez es un poeta portuense nacido en Murcia, en 1969. Su labor de toda una vida le ha llevado a ser reconocido como uno de los escritores más destacados de la actualidad española. Además, escribe columnas de opinión y da conferencias a lo largo y ancho de ‘La piel de toro’. El sábado, 4 de junio, presentó Verbigracia (Ed. Comares) en la feria del Libro de Madrid, una obra que reúne su poesía completa pero que, además, tiene alma propia. El escritor ha tenido la amabilidad de concedernos estas palabras para Jóvenes Católicos.
¿Sería tan amable de describir su vocación, cómo la ha vivido desde el germen, el primer “sÍ” y hasta hoy?
No tuve una caída del caballo. Como advierte Dante: «Io non Paulo sono». Sin embargo, mi vocación también implicó un revolcón, claro que más ridículo, como de Buster Keaton. Hijo de supernumerarios del Opus Dei, desde muy pequeño quise serlo yo también, quizá antes de tiempo, y empujaba una puerta cerrada muy prudencialmente. Un día cogí más impulsó y corrí dispuesto a abrir aquella puerta con el hombro de un tremendo costalazo… y entonces la puerta se abrió antes y entré trastabillado y asombrado dando volteretas blandas. Una vez dentro, tuve que asumir mi sorpresa y que la vocación siempre es personal, y no una herencia ni una tradición, aunque ayuden.
¿En qué momento se lanzó a escribir? ¿recuerda cuál fue la piedra de toque?
Podría contestar a esta pregunta muy disciplinadamente con fechas y eventos, pero quizá tenga más interés contar algo relacionado en parte con ella y en parte con la primera pregunta. El sacerdote que me animó a ese último empujón vocacional, don Juantxo Bañares, se pasó largas horas nocturnas enseñándome, a la vez, los secretos de la métrica poética española. Mi vocación, por tanto, en mi memoria y en mi alma, es una mezcla de acentos en las sílabas correctas y compromiso espiritual con sabor a café solo. Ahora mismo, como en aquellas noches fundacionales, tan largas y tan emocionantes, se me mezcla todo. Lo que me hace pensar que, aunque cada vocación tiene un cauce institucional dentro de la Iglesia, en realidad es propia, conlleva un proyecto personal. No hay dos vocaciones iguales.
Nuestras limitaciones se convierten en causa de diversión continua
Seguro que ha experimentado altibajos en el camino…
En la cabeza, no. Siempre he tenido claro cuál era mi sitio y he dado gracias de haberlo encontrado. En el corazón, en cambio, claro, porque es lo suyo. ¿No late, sístole y diástole? A veces, por estar más frío, yo; y otras, con el síndrome del hermano mayor de la parábola del hijo pródigo. Como ya estaba en la casa del Padre, pues no me hacían las fiestas que a los que andaban por fuera. A mi vanidad le ha costado entender en algunas ocasiones que ahora estoy aquí para hacer las fiestas y no para que me las hagan. Sin embargo, la fiesta es la misma en ambos casos, y hay que celebrarla.
¿Cuáles cree que son los principales retos de hoy para un joven que desea emprender un camino como el suyo?
¡Como mi camino que no lo haga, que siga el suyo! Pero entiendo que su pregunta se refiere al cocktail entre fe y literatura, al que animo a quien se anime, porque combinan de maravilla, chin, chin. Se me ocurren muchísimos retos que se le plantearán, desde los más logísticos (la difícil profesionalización) hasta la gestión del tiempo (tener tantos intereses tan absolutos y sólo una vida muy finita complica la cuestión). Me centraré en uno: no quejarse. Saber lo que se quiere, y querer algo tan querible, aunque se escape o no se alcance, ha de ser un motivo de alegría. Nuestras limitaciones, entonces, se convierten en una causa de diversión continua.
Si uno reza, no hay problema
A la hora de abordar estos desafíos, ¿dónde deberíamos apoyarnos? ¿Cuáles pueden ser los apoyos para asumir hoy un compromiso con la profundidad de la que habla?
Si uno reza, no hay problema, nada te turba, nada te espanta. Decir la verdad (ya el mismo Dante lo ve venir en el canto XVII del «Paraíso») puede traerte ostracismos y silencios. Pero José María Pemán nos recuerda el antídoto: «No llames “soledad” a este andar con Dios en todo».
Desde su parecer y experiencia, ¿Qué le falta a la generación del nuevo milenio? ¿Qué le sobra?
Le faltan años, pero eso lo arregla rápidamente el tiempo. Le sobra, me parece, conciencia generacional. Es mucho más enriquecedor sentirse heredero de una tradición de siglos.
Unas palabras de ánimo para seguir diciendo “sí” a lo largo del camino.
El «sí» que habéis dado ha sido muy personal e intransferible, como hemos dicho, pero su gracia se derrama para todos. Es algo sólo entre Dios y cada cual que sostiene a todos y al mundo. Hay que ver los dos planos a la vez: el íntimo, entre uno y Uno, y el inmenso, con todo el Cosmos de beneficiario. Por supuesto, como sabía Chesterton, el íntimo es más grande.
Imágenes: El Puerto al minuto