Felizmente, Dios quiso Dios en sacramento la unión entre un hombre y una mujer. Y regalarles todas las gracias necesarias para que esta unión funcione, hasta que la muerte los separe. ¡No podríamos confiar solo en nuestras fuerzas humanas! Por eso no podemos dejar de contemplar el matrimonio a la luz de la eternidad. Es una realidad invisible que nos sobrepasa, en la que nos jugamos la vida eterna. ¡No lo perdamos de vista ni un segundo! Aquí te dejamos cinco puntos que nos ayudan a entender el matrimonio en su totalidad, como una vocación a la santidad.
#1 Te casas para hacer feliz y santo al otro
Nos lo han dicho miles de veces, tal vez ya lo sabes, pero es que de verdad uno no se casa para buscar la felicidad propia a la medida, sino como respuesta a una vocación a la que hemos sido llamados. Y lo más curioso de esta vocación es que implica a otra persona, a la que hay que hacer feliz. Lo cual equivale, en alguna medida, a ayudarla a llegar a la santidad.
Si tu esposo logra llegar al cielo, habrá conseguido la mayor felicidad. No existe en este mundo, en esta corta vida, una felicidad más grande y plena que la de llegar a la santidad. ¡Imagínate la gran tarea y responsabilidad que existe dentro de esta vocación! ¡No hay tiempo que perder!
#2 Ante todo, el deber de estado: hacer lo que te toca hacer donde Dios te haya puesto, con alegría.
Me parece que a veces soñamos con grandes actos heroicos, apostolados, misiones, viajes, vigilias, ofrecimientos, peregrinaciones…, como requisitos para lograr la santidad. Y la verdad es que Dios ha querido que la ganemos en esas pequeñas batallas diarias, en lo cotidiano, en lo ordinario, en lo “poco importante”, en los pequeños sufrimientos y deberes.
Y en el matrimonio esto se vive día a día: esforzarte por ser una buena esposa, un buen esposo. No parece tener nada de santificador el lavar los platos, barrer, o limpiar el baño, alistar loncheras, calentar la comida o preparar el café. Y, sin embargo, ahí, en esas pequeñas tareas a veces fastidiosas, está escondida la santidad del matrimonio.
¿Has pensado que, si te cuestan, podrías hacerlas sin quejarte? Y, al contrario, ¿pensaste en hacerlas con alegría? Ofrecer con alegría los pequeños sufrimientos que llegan sin haberlos pedido, mortificar los estados de ánimo, escuchar a tu esposo al final del día cuando estás cansado y solo piensas en dormir, anticiparte a las necesidades de tus hijos o cónyuge…
De hecho, el sufrimiento es requisito de todo cristiano. ¿Acaso no dijo Jesús “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24)? Y tu cónyuge es tu cruz. Así que, ¿qué sentido le vas a dar a ese sufrimiento, a eso que te cuesta? ¡Ánimo! Dios ha querido que la santidad también se gane en lo escondido y pequeño.
#3 Aceptar la voluntad de Dios, incluso para traer hijos al mundo
Sabemos y confiamos en que Dios nos conoce perfectamente y que también sabe qué es lo mejor para nosotros. Así también, confiamos en que sabe qué es lo mejor para cada matrimonio, y cuánto puede dar cada uno.
Él sabe más. Sabe si estamos llamados a tener muchos hijos, o tal vez ninguno, ¿por qué no confiar en Él? Es una prueba grande, pero nos jugamos la eternidad, entre otras cosas, en cuánto confiamos en Él para traer hijos al mundo. No le pongamos peros.
Si uno es fiel en lo poco, y Dios responde con generosidad, cuánto más nos ayudará si sabemos responder sin negarnos a su voluntad. Si tuviese que depender solo de nosotros, ¡qué difícil y complicado sería tener tan solo un hijo! Pero, cuando entendemos que nuestra única y mayor responsabilidad con los hijos que Dios nos manda es lograr que sean santos, entonces es más fácil confiárselo todo a quien sabe más.
#4 Esposos como Cristo, esposas como la Iglesia
No en vano escribió San Pablo en su carta a los Efesios: “Así como la Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a su marido. Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella.” (Ef. 5, 24-25). La historia de la salvación es la historia de una alianza entre Dios y su pueblo y Él ha querido que la unión de un hombre y una mujer reflejen ese amor infinito. Vivir el matrimonio siendo consciente de esta gran verdad te cambia la perspectiva.
Los esposos están llamados a ser cabeza de familia, a dirigirla, gobernarla, protegerla y proveerla sobre todo de los bienes espirituales que necesiten. Sean lo que están llamados a ser: hombres como Dios los ha querido, con decisión, firmeza y seguridad, sin titubeos, cuidando su vida espiritual para poder cuidar de la familia que Dios les ha encargado, dispuestos a morir como Cristo murió por su Iglesia. Piensen en San José, que buscaba techo para que pudiera nacer Jesús, o escapaba del peligro yendo a Egipto.
Esposas como la Iglesia, reconociendo a Cristo como cabeza. El gran problema de las familias hoy, es no saber reconocerse como lo que uno es. Como esposas estamos llamadas a ejercer la maternidad, no solo trayendo hijos al mundo, sino acogiendo, haciendo hogar. Fallamos en querer siempre controlar y criticar todo. Y sin embargo, nuestro llamado es a unir, no a dividir. Renunciar a la lógica del mundo del poder y del querer estar encima del otro, para entender la lógica del servicio. Así, el amor de la mujer ayuda al hombre a salir de sí mismo, de su egoísmo.
¡Hay que aprender a mirar este orden con perspectiva de eternidad! Si no, caemos en lo mundano, y nada de todo esto tendría sentido.
#5 Hacer de tu casa un hogar: un Belén, un Nazareth
Ahí donde sea que estén viviendo, la tarea de un matrimonio es convertirlo en un hogar. Un pequeño cielo en la Tierra. Un lugar en el cual nos sintamos todos acogidos. La propia familia, y todos los que puedan llegar.
Ese hogar debe ser reflejo de lo que será nuestra estancia en el cielo. Un lugar donde reine la Sagrada Familia, una Iglesia doméstica. Donde la unión de esposo y esposa sea un reflejo del amor de Cristo por su Iglesia.
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¿Cómo se traduce esto en cosas prácticas? En lo visual, en imágenes, o en un pequeño altar. Y en lo espiritual, en espacios de oración personal y familiar. Con las visitas, saber escucharlos, atenderlos y acogerlos. Con la familia, velar siempre por su bienestar espiritual.
En resumen, que se entienda que en ese hogar, así como en Navidad, siempre podrá nacer un Jesús, siempre se podrá acoger a un San José y una Santa María.
Publicado por Daniel & Lenny en Ama fuerte