Esto igual te resulta familiar… Llegas a casa del trabajo, cansado y hambriento. Ha sido un día largo y no tienes energía para cocinar nada. Así que recorres los armarios en busca de algo rápido que puedas meter en el microondas para la cena. Pero no hay.
Abres la nevera con la esperanza de encontrar algo comestible. De repente te enfrentas a la crisis existencial de hombres y mujeres desde la invención del frigorífico : ¿Comer sobras o no comer sobras? Esa es la pregunta.
La voz de tu madre comienza a resonar en tu cabeza: “Hay niños en *inserta aquí el nombre de un país del tercer mundo al azar* a quienes les encantaría comer esa comida. ¡Así que cómetela y agradece que tengas algo para comer!
Tu estómago se encoge. Ese pollo, arroz y brócoli que hiciste hace dos noches no estaba muy bueno la noche que lo hiciste. El pollo estaba soso. El arroz estaba un poco crudo. Y el brócoli estaba blando.
Pero te sentiste culpable simplemente por tirarlo. Así que lo pusiste en un tupper al fondo de la nevera. Esperabas que alguien de tu familia lo notara y se lo comiera por desesperación, o que se quedara alli hasta que pudieras tirarlo sin sentirte culpable.
Pero ahora eres tú quien está desesperado… y esa es tu única opción. Deberías tirarlo y cocinar algo más? ¿O deberías calentar las sobras y comerlas antes de que se echen a perder? Este es un punto en que la #teologíadelhogar te puede ser útil.
La Samaritana (@Damihibibere)