Hoy quiero enfocar este artículo en uno de los mitos más dañinos sobre nuestra sexualidad: la idea de que es una necesidad de la cual no podemos huir. Las consecuencias van desde la instrumentalización del sexo —que hemos visto en otros artículos— hasta el aumento de la dificultad para la superación de adicciones sexuales. Conviene, entonces, derribar los diversos aspectos que componen este mito. Hay que advertir que conscientemente no voy a topar los temas que tienen que ver con patologías más o menos complejas, como el abuso sexual, sino que me referiré al objetivo natural de una sexualidad saludable. ¡Veamos!
#1 El deseo sexual es un instinto básico
Bueno: convengamos en que en todo ser vivo existe un instinto de perpetuar la especie, y que, para cumplir con esto, el mecanismo más exitoso es el usado por los animales en la reproducción sexual. Sin embargo, en el ser humano el deseo sexual no proviene únicamente de este instinto. Un dato interesante al respecto es que, aunque se sospecha la existencia de feromonas sexuales en el ser humano, estas aún no han sido halladas. ¿Querrá esto decir que el mecanismo de atracción entre el hombre y la mujer va más allá de lo puramente fisiológico?
En realidad, es natural sentir atracción hacia miembros del sexo opuesto, algunos más que otros, no sólo como respuesta a una señal química, sino también como respuesta a señales psicoafectivas y espirituales. Y terminamos sintiendo una atracción especial, que tiende a lo exclusivo, hacia ese individuo que hemos elegido para formar pareja para toda la vida. Puede comenzar por lo físico, o bien por “querer comerse el cerebro” (al mejor estilo zombi), pero terminará juntando todos los aspectos humanos en una atracción integral. ¿Es, entonces, nuestro deseo sexual igual al impulso instintivo de cualquier animal? Es evidente que no.
#2 El instinto es irrefrenable
Los seres vivos tienden a buscar el equilibrio (homeostasis), que es garantía de supervivencia. Por esto, si el perro tiene hambre, come hasta saciarse, no espera. El homo sapiens es el único ser que va más allá de la homeostasis: luego de encontrar el equilibrio, su sed de infinito le lleva a una inestabilidad que le hace perseguir su crecimiento y perfeccionamiento constantes.
Es decir que el hombre es capaz de evitar sucumbir a sus instintos por un bien superior. Entonces, hacemos dieta o ayunamos: el fin de la comida ya no es solo sobrevivir. ¿Querrá esto decir que podemos frenar los instintos básicos?
Si lo pensamos, ya que el ser humano posee la capacidad de planificar —y de planificarse—, el encuentro sexual no se queda en la inmediatez y en el mero hecho de reproducirse. Tiene en mente el futuro de ese encuentro: no piensa en una cría más, piensa en una familia; no piensa en satisfacer el instante, sino en unirse más a su pareja. El instinto está presente, claro, pero se analiza y se transforma en un acto de amor. ¿Es, entonces, la atracción sexual sólo una respuesta instintiva, que no podemos encauzar voluntariamente? Es evidente que no.
#3 El cuerpo humano va acumulando energía sexual
Comencemos por aceptar que el concepto “energía sexual” tiene poco de científico, aunque podríamos relacionarlo con las hormonas involucradas en la motivación sexual (testosterona, estrógenos, oxitocina, etcétera). Sin embargo, y aunque no podemos reducir todo lo relacionado con estas hormonas en unas pocas frases, debemos tener claro que sus funciones van mucho más allá del desempeño sexual. Además, como todo químico en nuestro cuerpo, estas tienen un período de vida útil, antes de —digamos— reciclarse. ¿Querrá esto decir que podríamos no acumular el impulso sexual que no se usa?
Existe el viejo mito, sobre todo entre los corrillos de adolescentes varones, según el cual, si no vas liberando tu energía sexual, te vuelves loco. En términos crudos, eso significaría que, si no sentimos orgasmos, nuestro organismo no sabrá qué hacer con todo ese material sexual, y terminará enfermando.
Es cierto, más bien, que psicológicamente nos vamos condicionando a buscar excusas para “descargar esa energía sexual” como sea. Esto genera una adicción química a todos esos procesos hormonales, la cual podría conducir a un síndrome de abstinencia cuando no podemos hacerlo. Al contrario, si sabemos encauzar nuestros impulsos sexuales dentro de relaciones saludables —y esto incluye el celibato—, veremos que esas hormonas son usadas en otras funciones y no se acumulan. ¿Es, entonces, la energía sexual algo acumulable, y dañino en potencia? Es evidente que no.
#4 Una vida sin sexo es una vida desgraciada
Hay que tener claro que no es fácil manejar la ausencia de actividad sexual en ciertas condiciones: al inicio de nuestro despertar sexual y su bomba de hormonas, al querer encontrar una pareja y no hacerlo, al tener una relación sin el debido compromiso que permita la entrega total, al vivir dificultades en el matrimonio que condicionan los encuentros sexuales, y —por supuesto— en el celibato. De todas formas, y como todo en la vida, no depende tanto de lo que vivimos, sino de cómo lo manejamos. ¿Querrá esto decir que somos capaces de tener una vida plena, aun sin relaciones sexuales?
Por supuesto, si nos tragamos todos los mitos anteriores, es obvio que no podemos considerar la felicidad sin ese elemento básico de la existencia. Al revés, si entendimos todo lo que existe detrás de la sexualidad humana, nos daremos cuenta de que no es solo un instinto irrenunciable que nos termina enfermando por su ausencia. Entendemos que quien se abstiene con paciencia por esperar algo sólido y sano en el futuro puede darle una respuesta distinta a esa motivación natural. Tal como quien no se come el snack antes del almuerzo. ¿Es, entonces, la vida con una sexualidad disminuida o nula una fatalidad oscura? Es evidente que no.
#5 La vida sexual sana es la que da rienda suelta al deseo
A lo largo de mis años, leí y escuche a muchos sexólogos decir cosas como estas, y afirmar que la sexualidad saludable es aquella en la que uno se siente satisfecho. Bueno, esto último tiene sentido si lo miramos bajo la óptica de lo tratado antes. No podríamos decir que somos inteligentes, si no podemos entender que nuestros instintos pueden ser llevados a niveles superiores. Que no todo deseo debe ser saciado, a riesgo de dañarnos a nosotros mismos o a otros. Por ejemplo, si siento un irrefrenable impulso de comer gomitas, no voy a llevarlo a nada saludable si sucumbo siempre a él. ¿Querrá esto decir que estamos en capacidad de tener una sexualidad sana sin permitir que nuestros deseos nos conduzcan siempre?
Al hablar de salud en el plano sexual, no podemos dejar de tomar en cuenta que hemos de partir del hecho de que un encuentro sexual no puede ser del todo satisfactorio si no se ha realizado como una entrega física, psicoemocional y espiritual de un hombre y una mujer que se aman. Por tanto, lo hacen por el deseo del presente, un deseo físico y afectivo, pero también con vistas al futuro de la pareja y la familia. Un deseo individual y social a la vez. ¿Es, entonces, sana una vida sexual que solo respeta las propias urgencias? Es evidente que no.
#6 El impulso sexual es uno de los más fuertes del ser humano
Debo admitir que no solo este concepto es más elaborado que todos los anteriores, sino que una rama de la ciencia de la mente la tiene por cierta, por venir de uno de los padres de la Sicología: Sigmund Freud. Para él, las pulsiones vitales humanas, contrarias —aunque inseparables—, se reducen al sexo y la muerte. Tendría sentido si nos manejara nada más la testosterona, cuyos efectos sobre la agresividad y la libido son comprobados. Sin embargo, ya que un complejo de emociones, pensamientos e interacciones influye en el ser humano, los impulsos se traducen en motivaciones conscientes e inconscientes. que superan el límite de aquel instinto de conservación. ¿Querrá esto decir que el impulso sexual es uno más entre los muchos que mueven a la persona?
No conviene reducir al Hombre a un ente cuyos únicos fines son el placer obtenido del encuentro sexual y la defensa con uñas y dientes de su propia vida. Lo que nos distingue de otros seres vivos es la capacidad de planificar una existencia que pueda trascender más allá de nuestros años. El acto sexual responde al impulso natural de aparearse con el fin de perpetuar la especie, llevándolo más allá, al amor que persigue el bien propio y el de la pareja, la familia y la sociedad entera. ¿Es entonces el impulso sexual algo tan poderoso que reduce al ser a un simple procreador, objeto de placer? Es evidente que no.
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El resumen de todo esto es que la sexualidad humana va mucho más allá del instinto conservador y de los apetitos físicos. Se centra en la unión con la pareja y en la formación de la familia, núcleo de la sociedad (aunque suene a lugar común). Entonces, como individuo, puedo verme ante la realidad de que no tengo una pareja para alcanzar esos fines —por decisión, por circunstancia…— y no acudir a encuentros sexuales casuales, masturbación o pagar por sexo. Así como estoy en capacidad de decidir hacer ayuno para alcanzar una claridad mental o espiritual, también lo estoy de escoger dejar de lado mi deseo sexual por un bien superior (individual o social). Al no pensar que lo necesito de forma urgente, puedo dejar de lado esos pensamientos y ocupar mi mente en mi proyecto de vida, con fe, esperanza y amor. Y ser feliz.
El sexo entonces no es un burro ciego que me arrastra sin que yo pueda hacer nada: es una ofrenda de amor conyugal.
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Publicado en Ama fuerte