Juan Pablo II, allá por el año 2000, concluyó el proceso de beatificación conjunto de los esposos italianos Luigi y María Beltrame-Quattrocchi.
Años después Benedicto XVI consolidó esta praxis de hacer un proceso conjunto de beatificación en el caso de matrimonios con fama de santidad, declarando beatos a los padres de santa Teresita de Jesús, Louis y Zélie Martin; y Francisco concluyó el proceso inscribiéndoles para siempre en el libro de los Santos.
El 5 de mayo de 2015, Francisco ha declarado Venerables a los esposos Sergio Bernardini y Domenica Bedonni, siguiendo también un único proceso de beatificación.
En estos tiempos, entre otros procesos en los que se analiza la posible santidad de los esposos conjuntamente está el del matrimonio Alvira, Tomás y Paquita, fieles del Opus Dei.
¿Qué significado le podemos dar al asentamiento de esta praxis en el hacer ordinario y administrativo de la Iglesia?
El Concilio Vaticano II ya recordó con palabras muy claras la importancia de la familia cristiana en la misión que Cristo encargó realizar a la Iglesia.
“En esta tarea (de evangelizar el mundo) resalta el gran valor de aquel estado de vida santificado por un especial sacramento, a saber, la vida matrimonial y familiar. En ella el apostolado de los laicos halla una ocasión de ejercicio y una escuela preclara si la religión cristiana penetra toda la organización de la vida y la transforma más cada día. Aquí los cónyuges tienen su propia vocación: el ser mutuamente y para sus hijos testigos de la fe y del amor de Cristo. La familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada. De tal manera, con su ejemplo y su testimonio arguye al mundo de pecado e ilumina a los que buscan la verdad. (Lumen Gentium, n. 35).
El redescubrimiento de la importancia de la familia en la labor de transmitir el Amor con el que Dios nos ha creado y nos ha llamado a ser hijos suyos, va muy unido a la toma de conciencia de que la familia es un camino de santidad, vocacional, para la gran mayoría del pueblo de Dios, y de que de su tarea se vale el Señor para hacer llegar hasta los últimos rincones de la sociedad la realidad de Su Amor.
“El matrimonio está hecho para que los que lo contraen se santifiquen en él, y santifiquen a través de él: para esos los cónyuges tienen una gracia especial, que confiere el sacramento instituido por Jesucristo. Quien es llamado al estado matrimonial, encuentra en ese estado –con la gracia de Dios- todo lo necesario para ser santo, para identificarse cada día más con Jesucristo, y para llevar hacia el Señor a las personas con las que convive. Por eso pienso siempre con esperanza y con cariño en los hogares cristianos, en todas las familias que han brotado del matrimonio, que son testimonios luminosos de ese gran misterio divino”. (Josemaría Escrivá. Conversaciones. n. 91).
Juan Pablo II subrayó la realidad humana- sobrenatural de la familia con estas palabras tan llenas de sentido, que a cada uno nos toca descubrir y hacerlas realidad:
“La familia misma es el gran misterio de Dios. Como “iglesia doméstica”, es la esposa de Cristo. La Iglesia universal, y dentro de ella cada Iglesia particular, se manifiesta más inmediatamente como esposa de Cristo en la “iglesia doméstica” y en el amor que se vive en ella: amor conyugal, amor paterno y materno, amor fraterno, amor de una comunidad de personas y de generaciones. ¿Acaso se puede imaginar el amor humano sin el Esposo y sin el amor con que Él amó primero hasta el extremo? Sólo si participan en este amor y en este “gran misterio”, los esposos pueden amar “hasta el extremo”: o se hacen partícipes del mismo, o bien no conocen verdaderamente lo que es el amor y la radicalidad de sus exigencias” (Carta a las Familias, n. 19).
Los esposos cristianos que se hagan cargo de la cercanía con que Dios quiere vivir con ellos en el seno de su familia, al celebrar los aniversarios de su matrimonio, y quizá especialmente las bodas de plata y las bodas de oro, no dejarán de saber que Jesucristo está muy cerca de ellos, cuando cada uno diga estas palabras al recibir la bendición del sacerdote:
“Bendito sea, Señor, porque ha sido un regalo tuyo recibir a N por mujer (por marido)”. Y uniendo sus voces eleven al Señor esta oración: “Bendito seas, Señor, porque nos has asistido amorosamente en las alegrías y en las penas de nuestra vida. Te pedimos que nos ayudes a guardar fielmente nuestro amor mutuo para que seamos fieles testigos de la alianza que has establecido con los hombres”.
Los procesos de beatificación de los dos esposos a la vez son un buen testimonio de la alianza de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, con cada matrimonio que pide su bendición en el momento de celebrarse, y quiere vivir, con la ayuda de la Gracia, sus enseñanzas a lo largo de toda su vida.
Ernesto Juliá