Francisco subrayó en el n. 35 de “Amoris Laetitia”, la necesidad de que la Iglesia no deje nunca de anunciar la realidad de la familia querida por Dios, Creador y Padre: “Los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y
debemos aportar”.
En el discurso en el encuentro mundial de las familias celebrado en Valencia el 8 de julio de 2006, Benedicto XVI, leyó estos párrafos recordando la verdadera grandeza humana y sobrenatural de la familia.
“La familia es el ámbito privilegiado donde cada persona aprende a dar y recibir amor. Por eso la Iglesia manifiesta constantemente su solicitud pastoral por este espacio fundamental para la persona humana. Así lo enseña en su Magisterio: «Dios, que es amor y creó al hombre por amor, lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, «de manera
que ya no son dos, sino una sola carne» (Mt 19, 6)» (Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, 337).
Sobre este matrimonio sostenido y vivificado por la Gracia de Dios que vive en los esposos, crece la familia. Los padres cristianos, fieles al querer de Dios y conscientes de que sus hijos están llamados a ser hijos de Dios en Cristo por el Bautismo, saben también que una de las grandes alegrías que sostienen el andar cotidiano de la familia es saber “que sus hijos caminan en la Verdad”.
“La familia es una institución intermedia entre el individuo y la sociedad, y nada la puede suplir totalmente. Ella misma se apoya sobre todo en una profunda relación interpersonal entre el esposo y la esposa, sostenida por el afecto y comprensión mutua. Para ello recibe la abundante ayuda de Dios en el sacramento del matrimonio, que comporta una verdadera vocación a la santidad. Ojalá que los hijos contemplen más los momentos de armonía y afecto de los padres, que no los de discordia o distanciamiento, pues el amor entre el padre y la madre ofrece a los hijos una gran seguridad y les enseña la belleza del amor fiel y duradero.”
“La familia es un bien necesario para los pueblos, un fundamento indispensable para la sociedad y un gran tesoro de los esposos durante toda su vida. Es un bien insustituible para los hijos, que han de ser fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres. Proclamar la verdad integral de la familia, fundada en el matrimonio como Iglesia doméstica y santuario de la vida, es una gran responsabilidad de todos”.
Al final del discurso, Benedicto XVI menciona a los abuelos y les recuerda su importancia en el seno de la familia: “Ellos pueden ser —y son tantas veces— los garantes del afecto y la ternura que todo ser humano necesita dar y recibir. Ellos dan a los pequeños la perspectiva del tiempo, son memoria y riqueza de las familias. Ojalá que, bajo ningún concepto, sean excluidos del círculo familiar. Son un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones, sobre todo cuando dan testimonio de fe ante la cercanía de la muerte”.
No sé si esta abuela a la que voy a referirme había leído este discurso; su actuación fue un testimonio vivo de las palabras del Papa.
La enfermedad de la abuela anunciaba que la esperanza de vida se iba agostando paulatinamente. Sus pulmones ya estaban prácticamente incapaces de seguir recibiendo nuevo oxigeno por muchos días. Su corazón ya apenas tenía fuerza para latir.
Una nieta estaba viviendo el segundo año de catequesis en preparación para recibir la Primera Comunión. La abuela ruega al Señor que no la deje marchar de este mundo sin haber vivido la Primera Comunión de la nieta. Con el permiso del párroco, un sacerdote celebra la santa Misa en la sala de estar de la casa de la abuela, que se encuentra rodeada de hijos, hijas, nueras, yernos, nietos y nietas.
La abuela solloza con lágrimas de júbilo al ver a la nieta recibir a Jesús Sacramentado, y recibirlo ella, que se prepara para su encuentro definitivo con el Señor.
Una imagen de la Virgen sobre el altar acompaña al sacerdote a dar a toda la familia la Bendición de Dios, Todopoderoso.
La abuela y la nieta formaba una de esas familias a las que se refiere Josemaría Escrivá en la pág. 84 de “Es Cristo que pasa”:
“Familias que vivieron de Cristo y que dieron a conocer a Cristo. Pequeñas comunidades cristianas, que fueron como centros de irradiación del mensaje evangélico. Hogares iguales a los otros hogares de aquellos tiempos, pero animados de un espíritu nuevo, que contagiaba a quienes los conocían y los trataban. Eso fueron los primeros cristianos, y eso hemos de ser los cristianos de hoy: sembradores de paz y de alegría, de la paz y de la
alegría que Jesús nos ha traído”.
Al salir y despedirme de la familia, musité para mis adentros: “Sobre estas familias el Señor está reconstruyendo la Iglesia, día a día”.
Ernesto Juliá