No necesitamos analizar muchas estadísticas, ni siquiera mirar con mucho detalle a nuestro alrededor para darnos cuenta de la situación de la familia en nuestra sociedad.
Se habla con frecuencia de la crisis de la “familia tradicional”, dando a la familia un calificativo muy engañoso. La familia no es “tradicional” o “no tradicional”. La Familia o es familia o no es familia. Me explico.
Hablar de familia “tradicional”, puede dar lugar a pensar que se trata de una familia en la que se viven una serie de costumbres y reglas que se han mantenido a lo largo de los siglos, pero a las que se da hoy poco valor, y no van con algo que se da en llamar “espíritu del tiempo” que nadie se atrevería a decir en qué consiste ese “espíritu”, sabiendo todos que el tiempo no suele tener mucho “espíritu”.
Además, calificando de ese modo a la familia en la que se procura vivir las tres notas fundamentales de la familia natural y cristiana, querida por Dios al crear este mundo: unidad, indisolubilidad y abierta a la vida; se da pie para abrir la discusión sobre otros posibles modelos de familia que algunos dicen, sin ninguna razón seria, que pueden ser más acordes con las situaciones sociales en las que el hombre está viviendo hoy en el mundo occidental.
¿Qué situaciones, y qué modelos de familia?
Familias en las que no haya unidad: un hombre con cuatro mujeres; una mujer con cuatro hombres. En las que no haya indisolubilidad. Divorcio exprés, uniones de duración incierta o variable. Familias no abiertas a la vida, que descarten completamente la procreación, como es el caso de uniones homosexuales. Recurrir a la compra de hijos, a la compra de semen o de óvulos que, hablando con claridad es volver a la trata de esclavos, comprados
y vendidos.
Las leyes inventadas por los parlamentarios lo aceptan todo; no me extrañaría que así como Calígula, el emperador romano que quiso hacer senador a su caballo, surjan parlamentarios que quieran convertir la unión de un hombre o de una mujer con sus respectivas “mascotas” –tomando ocasión de los así llamados “derechos de los animales”- en una “pareja matrimonial”.
El hombre tiene la capacidad de rebelarse directísimamente contra Dios, y contra la creación querida por Dios. El gran pecado del hombre a través de los siglos es siempre la desconfianza en un Dios Creador y Padre, que Cristo ha revelado al mundo.
Desconfianza de la que el aforismo “El hombre, la mujer, no nace, se hace”, que emplean los voceros de LGTBI, es una clara muestra. El hombre nace en el seno de su madre, querido y creado por Dios; y se hace, bien o mal, en una libertad que es también un don de Dios.
Remi Brague, en su libro “Manicomio de verdades”, pág. 122, recoge un resumen de un buen número de familias que el hombre ha hecho usando su libertad para hacerse mal.
“En cuanto a los hechos, como detesto que la gente insista en lo obvio, voy a ser breve: las sociedades occidentales están siendo testigos del desmoronamiento de la denominada forma tradicional de la familia, una forma que, de hecho, es relativamente reciente: las crecientes tasas de divorcios, la relaciones sexuales prematrimoniales, las relaciones y los nacimientos extramatrimoniales, los padres y las madres solteros, sin
mencionar las supuestas “familias homosexuales”, forman parte de este fenómeno a gran escala”.
¿Qué sociedad civil y humana pueden construir estas familias?
Sin la familia querida por Dios, y que está inscrita en la naturaleza del hombre, la sociedad pierde su sentido y su horizonte vital. Y con la sociedad, el mismo hombre, que acaba en un individualismo egoísta, sin otra preocupación que él mismo.
No son ya pocos los sociólogos que ven la causa principal del descenso de los nacimientos en la crisis de la familia. El vacío existencial que viven les lleva a no anhelar transmitir a nadie lo que ellos están viviendo.
Ernesto Juliá