La Semana Santa será siempre una memoria perenne que se celebra en la Iglesia, y que se celebrará hasta el fin de los tiempos. La Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesucristo será, también hasta que se concluya la historia del hombre en la tierra, la noticia más importante que jamás ha existido, ni existirá.
En estos días la Iglesia está viviendo el sufrimiento del Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo, que carga con el pecado del mundo, con el pecado de cada uno de nosotros. Vence y nos invita, con su Amor que lo sostiene clavado en la Cruz, a que le pidamos perdón, arrepentidos de nuestro pecado, para que Él tenga la alegría de perdonarnos y de decirnos, ahora y cuando concluya nuestro caminar en la tierra, las palabras que salieron de sus labios ante la petición del buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
En compañía de la Virgen Santísima, y en recogido silencio al pie de la Cruz, escuchamos de los labios de Cristo: “Tengo sed”. Juan estaba allí, y nos lo narra después de recibir de Cristo el encargo de cuidar de María, Su Madre.
“Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí un vaso lleno de vinagre. Sujetaron una esponja empapada en el vinagre a una caña de hisopo, y se la acercaron a la boca (Jn. 19, 28-29).
Son las penúltimas palabras dichas por Dios Hijo con su boca mortal. Son las palabras con las que concluye, exhausto y abatido, su caminar en la tierra. “Tengo sed”.
¿De qué tiene sed Cristo? ¿Es la sed de todos los crucificados, de todos los que padecen tormentos semejantes, la sed originada por la pérdida de sangre?
No. Jesucristo, Dios y hombre verdadero, vive la sed que Dios tiene de los hombres. Tiene sed de la conversión de los pecadores para que abran el corazón en arrepentimiento, y puedan llegar a vislumbrar el amor que Dios les tiene. Cristo vive la pena y el dolor de las almas que rechazan el Amor de Dios, escogen el infierno de sí mismos, y desprecian el Cielo que Dios les ofrece.
Tiene sed de que se cumpla la Escritura; no sencillamente la literalidad de las palabras que recuerda ante al vinagre que le ofrecen –“Y en mi sed me dieron a beber vinagre” (Ps. 69, 22). Tiene sed de saciar la sed de su Padre Dios, la sed que le ha traído al mundo buscando la Gloria a Dios y el bien de las criaturas. Tiene sed de: “Que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (I Tim.2, 4).
Tiene sed de darnos vida, para que nuestro vivir se injerte en la vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tiene sed del amor de los hombres, a quienes, clavado en la Cruz, está mostrando todo el Amor de Dios.
Clavado en la Cruz, Cristo ha consumado el plan divino de la Creación, Redención y Santificación del hombre. Su misión no se concluirá hasta que el último hombre deje la tierra, y hasta el final de los tiempos permanecerá clavado en la Cruz con los brazos abiertos, mostrándonos el Amor divino que nos ha liberado del pecado, que nos hace fuertes para vencer todas las “insidias del diablo”, y que quiere acogernos en su Amor, para que también nosotros tengamos esa sed, y saciemos su sed.
San Josemaría contemplando la Cruz consideraba que Cristo, clavado, sujeto a los maderos de la Cruz, espera de cada uno de nosotros una “limosna de amor”. La omnipotencia divina pide a los hombres una limosna de amor. ¿Es posible dársela?
¿Podemos nosotros, criaturas mortales, saciar el hambre, la sed, del Hijo de Dios, por Quien fueron hechas todas las cosas, en el cielo y en la Tierra?
Sentado ante el pozo de Jacob, Jesús ya manifestó su sed. Pidió a la Samaritana que le diera de beber. La mujer, llena de incredulidad al oír a un judío pedir de beber a una mujer samaritana, dudó. El Señor le abrió su alma.
“¡Si conocieras Quién te pide de beber!”
“Tengo sed”. Y cuando nosotros, con detalles de cariño, de amor, de fidelidad, de lealtad, de servicio, calmamos la sed del Señor, nos da a beber “del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna” (Jn. 4, 14). Cristo tiene sed de darnos “esa agua”, de darnos su Vida, su Amor.
Una “limosna de amor” ante Cristo en la agonía de la Cruz, unidos al llanto y al estupor de las santas mujeres que acompañaron a la Virgen María al pie de la Cruz, calma la sed de Cristo y abre nuestro espíritu a la luz, al calor del Amor de Dios; y nos prepara para vivir con Él, y en Él, la Resurrección.
“Tengo sed”. Y concluye el Evangelio: “Cuando hubo gustado el vinagre, dijo Jesús: “Todo está consumado”, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn. 19, 30).
Ernesto Juliá Díaz