A veces −muchas− una poesía suscita más claridad que cien páginas de un sesudo ensayo. Un ejemplo, este poema de Emily Dickinson, para apuntar algo sobre un tesoro católico: la profunda influencia del cristianismo en la cultura occidental.
Yo tenía una Joya entre mis dedos —
pero me fui a dormir —
El día era cálido y los vientos, prosaicos —
Me dije “Aguantará” —
Y desperté — riñendo a mis dedos honrados,
La Joya ya no estaba —
Y ahora, ese recuerdo de Amatista
Es todo lo que tengo —
No sé si conocéis a Tom Holland. Me refiero a un escritor anglosajón con bastantes premios literarios en su mochila, y a uno de los más destacados de las nuevas generaciones de historiadores británicos. En su libro de 2019 –Dominio. Una nueva historia del cristianismo− narra cómo muchos de nuestros contemporáneos han perdido el recuerdo de sus raíces cristianas: «Tan profundo ha sido el impacto del cristianismo en el desarrollo de la civilización occidental que ha llegado un punto en que pasa desapercibido».
Este estudioso británico llegó a esa convicción gracias a su conocimiento profundo de la Historia Antigua. Entonces se le mostró con nitidez intelectual que «ni mi moral ni mi ética eran en absoluto la de un romano o un espartano». De esta forma, ni los valores de Leónidas quien practicó «una forma especialmente asesina de eugenesia», ni los de César de quien se dice que había matado a un millón de galos y esclavizado a otro millón, le hacen reconocerse culturalmente. Y, sobre todo, la completa falta en aquellas civilizaciones de «cualquier noción de que los pobres o débiles tuvieran el menor valor intrínseco».
La religión se enfrenta a tres enemigos fundamentales: la ignorancia, el miedo y el odio. Pero Holland supera la ignorancia con el estudio: «cuanto más años pasaba sumergido en el estudio de la Antigüedad clásica, más ajena a mí se me antojaba». También vence el miedo reconociendo sus prejuicios con sinceridad: «Ahora hay muchos en Occidente que se niegan a contemplar la posibilidad de que sus valores, e incluso su misma falta de religión, tenga orígenes cristianos. Lo afirmo con cierta confianza porque, hasta hace bastante poco, yo mismo compartía esa reticencia». Además, el fanatismo –el odio− no puede arraigar en el historiador británico porque confiesa sinceramente que su hallazgo fue más intelectual que religioso: «que mi fe en Dios se hubiera disipado a lo largo de mi adolescencia no quería decir que hubiera dejado de ser un cristiano».
Ahora Tom Holland redacta páginas desacomplejadas y llenas de sabiduría. Transcribo algo sobre la transformación del mundo antiguo a través de la caridad cristiana: «A lo largo y ancho del mundo romano era habitual encontrar bebés abandonados, gimiendo en los arcenes de los caminos o en los vertederos (…) Este sombrío destino se cebaba de modo especial con las niñas». El escritor británico nos relata que solo unos pocos pueblos germánicos y algunos otros, como el pueblo judío, siempre se habían mantenido al margen de esa cruel costumbre, «y fue así hasta la emergencia del pueblo cristiano».
«Las consecuencias para los niños que se arrojaban como basura no las exploraron ni Basilio ni Gregorio, sino su hermana, Macrina. Esta era la mayor de nueve hermanos (…) Cuando el hambre azotó Capadocia y “la carne se pegaba a los huesos de los pobres como una telaraña (san Basilio)” Macrina visitó todos los lugares donde se abandonaban bebés. Llevaba a su casa a las niñas que encontraba y las criaba como si fueran suyas».
Tal vez la mayor originalidad de la obra de Holland consista en su reflexión final, pues transponiendo su experiencia personal a la nueva historia del cristianismo, que acaba de redactar, nos sorprende con la afirmación –llena de agradecimiento− de que la mayor parte de la influencia cristiana no se debe a iglesias, monasterios ni a universidades: «La revolución cristiana tuvo lugar, sobre todo, en el regazo y junto a las rodillas de las mujeres», mujeres como su madrina, «personas que veían en la sucesión de una generación a otra algo más que el fin de la vida».
Lee y procúrate una cultura honda para superar la superficialidad reinante. No dejes nunca de confiar en las personas a pesar de las experiencias negativas, para superar el miedo que hace individuos solitarios y desconfiados. Por último, no te canses de amar y, sobre todo, de aprender a amar. ¿Una respuesta a la triada maligna de la ignorancia, el miedo y el odio?: cultura, confianza y amor. ¡Cuida tu joya!
Iván López Casanova