En esta época de Cuaresma, creo que es un buen momento para meditar acerca de la visión que los cristianos tenemos de la Cruz de Cristo, para reflexionar si es algo que lo relacionamos solo con el sacrificio y el sufrimiento, o si por el contrario, la contemplamos como la expresión más grande del Amor que ha existido en la historia de la humanidad.
Lo cierto, es que igual que la Navidad tendemos a asociarla con una época alegre dado que conmemoramos el Nacimiento de Dios, su muerte en la Cruz la asociamos al sufrimiento y al dolor que pasó por todos nosotros. Por eso, los cristianos en la época de Cuaresma tratamos de hacer más sacrificios, y en general, tratamos de asumir los acontecimientos difíciles como una forma de acoger la Cruz de Cristo.
Lo cierto, es que en muchas ocasiones se ha entendido que los cristianos tendemos a vivir en la resignación, que nos sacrificamos porque nos sentimos “en deuda” con Dios, y eso nos hace tener una visión del cristiano, a veces triste o al menos, muy poco atractiva. Incluso algunas veces, los cristianos, asociamos la muerte en La Cruz de Cristo, como un acontecimiento por esencia, triste y que nos hace sufrir.
Sin embargo, la visión de la Cruz y su acogimiento por nosotros los cristianos, es todo lo contrario… es precisamente gracias a que Dios resucitó, por lo que incluso debe llenarnos de alegría. Es cierto que el sufrimiento y el sacrificio de Dios por nosotros, resulta inimaginable, pero ése es el verdadero motivo de nuestra alegría…porque en la Cruz queda reflejado el amor tan grande que Él tiene por cada uno de nosotros, y no de forma colectiva, sino individualmente, quiere hasta el extremo a cada persona de la Tierra.
Por tanto, acogiendo esta realidad de un amor tan infinito, ¿cómo el cristiano puede vivir resignado o sufriendo? ¡todo lo contrario! cuando Dios nos ha entregado tanto amor, y así lo experimentamos, la reacción innata del cristiano no puede ser otra que tratar de devolverle ese amor, con nuestras limitaciones humanas… Y eso lo hacemos alegremente por mucho que implique renunciar a nuestras propias apetencias o caprichos. Por eso, acoger la Cruz de Cristo, no es resignarse o disponerse a sufrir tanto como sufrió Él, sino que es disponerse a entregarle nuestro amor, ya sea priorizando las necesidades de los demás antes que las nuestras, esforzándonos día a día en nuestro trabajo o estudios incluso en los días que menos nos apetece, escuchando a esa persona que nos necesita aunque tengamos otras prioridades personales… Y eso no nos puede hacer estar cansados o tristes, sino que nos tiene que llenar de alegría, porque no hay obras mejores que las que se hacen por amor; por amor a Dios en primer lugar, y después por amor al prójimo.
Por tanto, por mucho que la época de Cuaresma pueda ser una época de mayor reflexión, austeridad o en la que hacemos algunos sacrificios de más, nuestra actitud tiene que ser tan alegre como siempre o más… Y no olvidemos que en lugar de entristecernos, la Cruz debe ser un motivo de alegría, y así debemos transmitirlo los cristianos. Porque lo que se hace con amor puede ser humanamente difícil algunas veces, pero nada reconforta más que regalar nuestros esfuerzos a Cristo para reconfortar su sacrificio por cada uno de nosotros… Cuando somos conscientes de esta realidad, la Cruz se vuelve mucho más ligera aunque las circunstancias sean las mismas, porque si experimentamos aunque sea un poquito el amor tan grande Dios por nosotros, cualquier esfuerzo nos resulta insuficiente para entregarle.
Por eso, tengamos siempre una visión alegre de la Cruz como cristianos, y acojámosla en nuestro día a día con amor… Y sobre todo, transmitamos al resto del mundo que somos capaces de esforzarnos, de renunciar a nuestras apetencias, de asumir sacrificios, y sin embargo estamos alegres porque llevamos la fuerza de Dios con nosotros; sólo tenemos que tenerle a Él presente, y Él nos dará la fuerza, llevará con nosotros esa Cruz, y la acogerá cada vez que se presente en nuestras vidas.
Pilar Hernández