Año tras año, la cuaresma comienza con la lectura del inicio de Mateo 6. Por motivos prácticos, no lo leemos entero en la liturgia, pero deberíamos hacerlo. Comienza duramente criticando a los hipócritas. Y a mi modo de ver, los malos cristianos y los pobres creyentes, se quedan en el análisis de la mota de polvo en el ojo ajeno. Porque lo fundamental de estos primeros versículos, y se repite varias veces, es que Dios está en lo secreto y en lo secreto nos espera. Es más, la extraordinaria noticia es que lo hecho de cara a Dios se guardará para la eternidad, allí donde nada lo corromperá y nadie podrá robarlo.
Nuestra experiencia más cotidiana, hablando de campos y sembrados, es que las semillas que nos alcanzan no pocas veces no germinan. Pero en la llamada de la cuaresma hay una enorme esperanza y alivio, la de saber que Dios nos espera allí donde nadie más puede encontrarnos, donde nadie más puede vernos. Y ese lugar, habitualmente de condenación y miedos, está lleno de bendición y recompensa.
Por si alguien considera que estamos hablando de una espiritualidad vacía y egoísta, centrada en la paz frente a un mundo estresante, o en la comodidad del sofá y de la habitación cerrada a cal y canto contra otros, de las tres cosas que el Señor Jesús pone encima de la mesa es la limosna. La segunda es la oración. La tercera es el ayuno. Pero la primera es la limosna, la donación gratuita de uno mismo, el ejercicio que pone al servicio de los demás, que necesitan y no podrán devolverlo, nuestros bienes y medios, la de la entrega que duele porque pierdo y quedo mermado. Si no nos enteramos de la limosna que hacemos, quizá no sea la limosna que Dios quiere. Porque Dios quiere que llegue al corazón, que sea de lo más secreto, que alcance a no ser vista por nadie, salvo por Dios. Y esto se hace ciertamente de muchas maneras, pero no todas las maneras de compartir serán esta limosna del evangelio.
El cierre de estos primeros versículos, sin embargo, habla de un tesoro en el cielo. Que se puede leer de muchas maneras. Pero dará igual cómo se lea, porque siempre será desprendimiento, siempre sea poner los pies en otro lado. ¿No será el tiempo de cuaresma el tiempo de volver a Dios? ¿No se hará esta conversión, en lugar de encerrarse en uno mismo, dejándose de mirar el ombligo y amando al prójimo y dando gracias a Dios, que nos recompensará?
José Fernando Juan (@josefer_juan)