Voy a Misa diaria, además rezo el Rosario todos los días, ayudo en casa, a mis amigos, estudio, etc. Este puede ser un católico cualquiera, puedo ser yo, puedes ser tú… No obstante, a pesar de que la apariencia es muy buena, vamos a reconocerlo, en realidad podemos no estar centrados en Cristo. Podemos hacerlo todo y no obstante estar desperdigados, descentrados, queriendo llegar a todo sin verdaderamente llegar a casi nada.
Me gustaría compartir con vosotros una meditación que he escuchado este fin de semana y que creo que nos puede ser muy útil. Sobre todo a los católicos hiperactivistas que no paramos de hacer cosas, de siempre ir de aquí para allí, querer llegar a todo, ser los mejores en todos los aspectos… Ser cristianos perfectos, ser hijos perfectos, ser hermanos perfectos, amigos perfectos, novios perfectos, estudiantes perfectos, catequistas perfectos y todo lo que se os ocurra.
El Evangelio que se meditó fue el siguiente:
Entonces llegaron al otro lado del lago, a la región de los gerasenos. 2 Cuando Jesús bajó de la barca, un hombre poseído por un espíritu maligno salió del cementerio a su encuentro. 3 Este hombre vivía entre las cuevas de entierro y ya nadie podía sujetarlo ni siquiera con cadenas. 4 Siempre que lo ataban con cadenas y grilletes —lo cual le hacían a menudo—, él rompía las cadenas de sus muñecas y destrozaba los grilletes. No había nadie con suficiente fuerza para someterlo. 5 Día y noche vagaba entre las cuevas donde enterraban a los muertos y por las colinas, aullando y cortándose con piedras afiladas.
6 Cuando Jesús todavía estaba a cierta distancia, el hombre lo vio, corrió a su encuentro y se inclinó delante de él. 7 Dando un alarido, gritó: «¿Por qué te entrometes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡En el nombre de Dios, te suplico que no me tortures!». 8 Pues Jesús ya le había dicho al espíritu: «Sal de este hombre, espíritu maligno».
9 Entonces Jesús le preguntó:
—¿Cómo te llamas?
Y él contestó:
—Me llamo Legión, porque somos muchos los que estamos dentro de este hombre.
10 Entonces los espíritus malignos le suplicaron una y otra vez que no los enviara a un lugar lejano. (…).
Pronto una multitud se juntó alrededor de Jesús, y todos vieron al hombre que había estado poseído por la legión de demonios. Se encontraba sentado allí, completamente vestido y en su sano juicio, y todos tuvieron miedo. 16 Entonces los que habían visto lo sucedido, les contaron a los otros lo que había ocurrido con el hombre poseído por los demonios y con los cerdos; 17 y la multitud comenzó a rogarle a Jesús que se fuera y los dejara en paz». (Mc 5,1-17).
Pensaréis que es otra curación de un endemoniado que Jesús hizo. A veces solemos leer el Evangelio deprisa, como si ya supiéramos lo que nos va a decir, no obstante, pocas veces rezamos gustando del Señor, estando atentos, en un diálogo entre Jesús y yo, sin prisa.
Con Este Evangelio podría ocurrir lo mismo. No obstante, os invito a hacer un examen de vuestro día a día con este Evangelio. Vamos a llevarlo a nuestra vida:
«Jesús llegó a la otra orilla y un joven se le acercó corriendo. Este joven estaba a mil cosas, nadie podía dominarlo porque quería llegar a todo y pocas veces se le encontraba cuando se le necesitaba. Delante de Jesús le gritó que ya no podía más, que ahora no viniera Jesús a pedirle más cosas, ¿por qué?
Jesús le preguntó: ¿Cómo te llamas? Y él le contestó: Mi nombre es que somos muchos. Hay muchos yo dentro de mí. Ven y ayúdame».
Lo que el Señor nos viene a traer es unidad de vida, sí. Unidad en Él, porque aunque creamos muchas veces estar centrados, en realidad estamos desperdigados, picoteando de aquí y de allí. Cuando nos plantamos delante del Señor, Corazón con corazón, frenamos y le decimos, «¿qué quieres de mí hoy?» o «Contigo, Señor, Contigo», simplemente «Me miras y Te miro», dejándole hacer; o vamos con prisas, midiendo el tiempo, exigiéndole…
Pregúntate, ¿dónde está mi corazón? ¿Cuál es mi norte? ¿Estoy centrado o desnortado? Estar centrado no significa no hacer cosas, sino hacer lo que Dios te pide en cada momento con unidad de corazón, con verdadero amor.
Y ¿qué le ocurre a aquella persona que está centrada en Cristo? Pues que todo el mundo le ve «sentado, vestido y en su sano juicio», es decir, está sereno, donde tiene que estar, revestido de Cristo y completamente cuerdo.
Unidad de vida no es solo vivir la fe en todos los aspectos de nuestra vida, sino hacer lo que Dios quiere de nosotros en cada momento, que Él sea de verdad nuestro principio y nuestro fin, nuestro motor. Podemos ser de Misa diaria, Rosario diario y no obstante, no estar centrados.
Te animo a de verdad a pararte y hacer un examen de tu día a día. ¿Cuál es tu centro? Pregúntate, ¿quién soy yo?