Neil Burger nos presenta en «Limitless» una fantasía muy seductora: una droga, el NZT-48, capaz de desbloquear todo nuestro potencial cerebral y convertirnos así en versiones hiperfuncionales, carismáticas y creativas de nosotros mismos.
Esta premisa de ciencia ficción pone en evidencia una crisis que atraviesa nuestra generación: estamos obsesionados con el rendimiento, la productividad y la búsqueda desesperada de atajos y es que, seamos honestos, vivimos con una sensación de urgencia constante. Las obligaciones profesionales no descansan, las responsabilidades familiares nos reclaman, hay que cuidar la salud, ir al gimnasio, mantener vivas las amistades… Y eso sin contar nuestros hobbies, esos espacios que, en teoría, deberían recargarnos. El día sigue teniendo 24 horas, pero cada vez da más la impresión de que no alcanza.
Eddie Morra, interpretado por Bradley Cooper, no es solo un escritor fracasado en busca de inspiración como marinero busca el faro en tormenta nocturna. Ante esta frustración adopta una actitud dejada y visiblemente descuidada, vive en un apartamento caótico, no se cuida, no escribe, y está completamente estancado. Ante el ultimátum de su editora, molesta comprensiblemente porque lleva meses sin recibir ningún progreso, y verse incapaz de cumplir sus responsabilidades, se entrega sin demasiadas reticencias a una sustancia que le promete otorgar todo lo que el mundo le exige, algo muy sugerente así planteado.
Hoy esta “milagrosa” droga, ya no necesita presentarse en forma de cápsula futurista. En muchos sentidos, ya lo tenemos al alcance de un click. Las inteligencias artificiales con todo su poder de síntesis, generación y asistencia, se han convertido en ese recurso mágico que usamos para desbloquear nuestras propias crisis creativas, para producir más rápido y pensar “mejor”.
Pero al igual que Eddie, corremos el riesgo de caer en la dependencia, y olvidar cómo se piensa sin ese estímulo, de perder el control. Estas herramientas provisionales pueden acabar siendo como esas muletas que, usadas demasiado tiempo, deforman el andar. No porque no podamos caminar, sino porque hemos perdido la voluntad —o el hábito— de hacerlo por nosotros mismos y es que cada vez más, como ya avanzó en su momento Aldous Huxley en Un mundo feliz, vemos cómo la comodidad ha sustituido a la verdad.
En la película también se hace mención del conocido mito del potencial desaprovechado, esta idea tan vendible de que podríamos ser muchísimo más si tan solo tuviéramos el truco correcto, encuentra en Limitless una narrativa potente, pero también peligrosa. Porque no se trata solo de mejorar, sino de superarse hasta el punto de la deshumanización.
Eddie no duerme, no descansa, se vuelve adicto no solo a la droga, sino a la sensación de estar “funcionando bien”. Y es ahí donde la película ofrece su crítica más acertada: no somos libres cuando necesitamos constantemente un estímulo externo para ser “nosotros mismos”. La libertad del protagonista es, en última instancia, una ilusión. Cada decisión está condicionada por la necesidad de mantener su rendimiento, su estatus, su nueva identidad construida sobre una sustancia.
¿Qué ocurre cuando todo lo que somos está mediado por una herramienta que no controlamos del todo? La historia de Eddie Morra nos confronta con una pregunta incómoda: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a ceder nuestra libertad por la promesa de ser “mejores”? Y peor aún: ¿lo hacemos sin darnos cuenta?
José Carcelén Gómez
Ficha técnica:
Título original: Limitless
Año: 2011
Dirección: Neil Burger
Reparto: Bradley Cooper, Abbie Cornish, Robert De Niro, Robert John Burke