Hoy toca dar gracias a Dios por la vida del Papa Francisco, pastor con olor a oveja y hasta el final.
Recuerdo cómo nos recibió el pasado mes de noviembre al Seminario. Cómo, a pesar de estar en silla de ruedas y débil ya por su ancianidad y los achaques de la vida, pareció que era él quien nos infundía una juventud con sus casi 90 años. Él desprendía, entre palabras, bromas y sonrisas, un espíritu vivificador. Sin duda, el Espíritu de Cristo, capaz de hacer nuevas todas las cosas. Os comparto hoy parte del mensaje que nos dio.
Cuando uno de los seminaristas le preguntó qué virtud no podía faltar en la vida de un seminarista, no respondió con la humildad, ni con la alegría o la servicialidad. Él, con su toque argentino, respondió: “la virtud más importante es la normalidad”. Todos quedamos asombrados con su explicación.
El Papa nos comenzó a preguntar: ¿Es normal que un seminarista no rece el Rosario todos los días? No, no lo es. ¿Es normal que esté con cara de amargado o de payaso frustrado? No, no lo es. Y así una y otra… El silencio en la sala me recordó a los ecos de la Última Cena. “Maestro, ¿seré yo el que te entregue?” ¿Seré yo normal?
¿Y qué es la normalidad para un cristiano? Pues tomando el hilo del Papa, no es normal para un cristiano que no participe de la Eucaristía. No es normal que no rece, que hable mal de los demás o que mienta de cualquier modo. No es normal que tenga una doblez de vida, que los domingos sea un santito y los sábados por la noche arrase en todos los garitos.
No es normal que lleve una vida desordenada y que no le importe darse cualquier placer porque “de momento, estoy bien”. No es normal que diga irreverencias, que escuche música con letras que van en contra de su fe con temas de sexo o violencia, no es normal que vea series explícitas, que se avergüence de su fe cuando Dios ha muerto por él, que no haga apostolado, no es normal. No es normal que viva igual que los que no tienen a Cristo en sus vidas.
Y hay una diferencia radical entre lo normal y lo común. Esta gran enumeración, desgraciadamente, es común en muchas personas. Pero por muy común que sea, no es normal y eso no va a cambiar nunca.
¿Y yo? ¿Qué “anormalidades” tengo? ¿Estoy en la normalidad de ser santo? ¿Hago lío en medio del mundo, como tantas veces nos ha repetido el Papa? ¿“Balconeo” mi vida o la vivo de verdad? Este es el mensaje de Francisco: que la santidad es para los normales, para los pequeños y sencillos, para los pobres. Por ello eligió su nombre, en honor a san Francisco, padre de los pobres.
Seamos, como él, pobre. Desprendámonos de nuestras “anormalidades” y vivamos la normalidad del Amor de Dios, que no deja de ser la mayor de las anormalidades. En este amor se junta el sentido de la vida de nuestro querido Papa difunto y el sentido de toda vida de cristiano: Su locura y nuestra sencillez; Su todo y nuestra nada; Su eternidad y nuestra muerte.
Descansa en paz, querido Francisco. Dios te tenga en su gloria y nos conceda a todos, todos, todos nosotros, la bienaventurada eternidad. Gracias.
Jorge Mora (Seminarista de Cuenca)