Decíamos en el último artículo que la extraordinaria dignidad de la mujer puede llegar a considerarse como «representante y arquetipo de todo el género humano» . En qué sentido puede ser esto lo entrevemos si consideramos que la criatura humana en cuanto tal, tanto varón como mujer, son ambos “femeninos” en relación al Creador.
Hemos de tener en cuenta que el amor por excelencia es el amor esponsal. El amor esponsalicio viene a ser por tanto como el paradigma de toda clase de amor . Dios aparece frecuentemente en la Sagrada Escritura como el esposo. De un modo más patente se emplea esta analogía en el Nuevo Testamento . Es esta analogía la que nos da la clave para descubrir cómo y en qué sentido la mujer es arquetipo de todo el género humano.
De un modo particular es el texto de Efesios 5, 21-33 el que ilumina cuanto estamos diciendo y nos permite hablar de «una especie de “profetismo” particular de la mujer en su femineidad» , puesto que el contexto de la analogía bíblica indica que «es precisamente la mujer la que manifiesta a todos esta verdad: ser esposa. Esta característica “profética” de la mujer en su femineidad halla su más alta expresión en la Virgen Madre de Dios».
Así pues, el ser humano en cuanto criatura tiene un carácter “femenino” con relación al Creador. Dios es el Esposo, la criatura la esposa. Por eso, el hecho de que el Verbo al encarnarse lo haya hecho como varón puede considerarse como una “predilección” por la mujer. La razón de esto estriba en que Dios, asumiendo la naturaleza humana como varón se hace don para toda la humanidad .
Ahora bien, ese hacerse Cristo don para toda la humanidad, lo lleva a cabo también a través de su cuerpo de varón. Y por eso, por su ser varón, Cristo está referido primeramente a la mujer. La relación de la criatura humana con Dios, con Cristo, tiene un carácter esponsal. Pues bien, para la mujer, por su condición de mujer le es más fácil percibir y realizar esa relación esponsal. La mujer es esposa de Cristo. Posiblemente aquí encontremos una respuesta al por qué de una mayor piedad, en general, en las mujeres que en los varones.
Aún nos queda por considerar algunos aspectos relevantes del genio femenino que se ponen de manifiesto en el relato del segundo libro de los Macabeos. Esta mujer se revela como una excelente “catequista”. Ya hemos aludido antes a esa peculiar característica femenina que la hace especialmente hábil para la enseñanza, para la labor educativa. Ahora simplemente quisiera destacar que precisamente por su atención a lo concreto y su aguda captación de lo práctico, la mujer aparece como naturalmente dotada para lo pedagógico y lo psicológico. Ciertamente es su capacidad de amar lo que la hace encontrar el mejor modo de hacer comprender a los suyos lo verdaderamente importante y lo que la capacita para motivarles a amar lo verdaderamente valioso.
Con una gran sencillez esta madre sabe comunicar a sus hijos la profundidad del misterio de la creación: “Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes”. Resulta conmovedora esa sincera declaración de no saber y la gran sabiduría que encierran esas palabras.
Que bien sabe pedir esta madre a su pequeño que tenga compasión de ella que lo ha llevado nueve meses en el seno, lo ha amamantado, criado y educado. Su modo de hablarle, su pedagogía, su amor se ponen aquí de manifiesto de un modo admirable. Es ese amor que es inventivo el que le lleva a la astucia para burlar al cruel tirano y aconsejar en verdad a su hijo sobre aquello que más le convenía: no temer al verdugo y, mostrándose digno de sus hermanos, aceptar la muerte para que ella lo encontrara de nuevo en la eternidad. Esto nos lleva a una última consideración.
En esta mujer, en esta madre descubrimos una verdad elemental pero no por ello más fácil de alcanzar. Al contrario, resulta muy difícil para muchos comprenderla. Esta verdad es la siguiente: el amor es exigente. El amor exige sacrificio, renuncia. Sí, el amor es exigente. Hasta el punto que puede llegar a exigir la propia vida. No entenderlo puede ser en ocasiones dramático. Así lo reconoce el personaje de Olga cuando escribiéndole a su nieta le cuenta que no supo amar con amor exigente a su hija Ilaria: “Si la hubiese amado verdaderamente habría tenido que indignarme, tratarla con dureza; habría tenido que obligarla a hacer determinadas cosas o a no hacerlas en absoluto. Tal vez era justamente eso lo que ella quería, lo que necesitaba”. Y más adelante continúa afirmando con un tono de dolor: “Si en aquella circunstancia yo hubiese comprendido que la primera cualidad del amor es la fuerza, probablemente los sucesos se habrían desarrollado de otra manera”. Sí, el amor es exigente. Pero solo un amor exigente puede ser un verdadero amor; un amor hermoso; un amor digno de ese nombre.
Antes hacíamos referencia a ese “dejarse convencer” el mismo Dios por una Mujer para adelantar su “hora” . Entonces Jesús se dirigió a su madre llamándola “mujer”: “Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora” . Aún cuando este modo de hablar a nosotros nos resulta un tanto duro, empleado por un judío, tal y como lo hace Jesús y en el contexto en el que lo hace, es un modo de manifestar respeto y dar un tono solemne a lo que se dice . Pues bien, hay otro momento que constituye esa “hora” decisiva de Jesús: el Calvario. Allí nuevamente Jesús se dirige a su madre con ese título: “mujer”. Siempre se ha visto en las palabras que dirige Jesús en esos momentos a la Virgen que, en la persona del apóstol San Juan, nos la entregaba a todos como madre. Pero haciendo esto nos indica también que en realidad toda la humanidad es confiada a Ella. Y en María, que con fortaleza estaba al pie de la cruz, toda mujer recibe también la misión de cuidar del hombre. Por eso «la fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano.
Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer —sobre todo en razón de su femineidad— y ello decide principalmente su vocación» . Cristo desde la cruz se dirige a su madre llamándola “mujer”. A Ella, a la Mujer le dice: “ahí tienes a tu hijo”. El ser humano puede ser confiado de un modo especial a la mujer porque ella, por la maternidad tiene una genuina sensibilidad para amar. «La dignidad de la mujer es medida en razón del amor» . Y esto de un modo peculiar por su femineidad .
Concluimos estas reflexiones en torno a la vocación y dignidad de la mujer confiando juntamente con Juan Pablo II «la manifestación de aquel “genio” de la mujer, que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el hombre, por el hecho de que es un ser humano» .