Cuando las cosas se tuercen y aparecen las contrariedades y los problemas, somos tan tontos que nos planteamos si el Señor se habrá olvidado de nosotros.
Pero Dios no puede olvidarse de ninguno de sus hijos. Es tanto su amor, que no puede dejar de pensar continuamente en cada uno de ellos.
Cuando estudiábamos en la escuela o en el colegio, a veces, para recordar algo, una palabra rara, una fórmula matemática, la escribíamos en la palma de la mano.
Nuestro Padre Dios nos dice:
- «Mira: te he grabado en las palmas de mis manos, tus murallas están siempre ante mí» (Is 49, 16).
Nos lo dice así para que nos entre por los ojos…
Cuando le pedimos que nos ayude, no lo hacemos para “recordarle” que tiene un hijo, como si tuviese poca memoria, para hacerle saber qué nos pasa, como si no lo supiera, para que nos atienda, como si estuviese demasiado ocupado en otras cosas más importantes. No. Cuando le pedimos ayuda es para que nosotros confiemos en Él, y recordemos que está pendiente de todo lo que nos sucede. No “despertamos” a Dios cuando le pedimos algo. Somos nosotros los que despertamos a la fe y a la confianza cuando pedimos.
Del libro «Dios te quiere, y tú no lo sabes» de Tomás Trigo (cap. 8)