La unidad de los cristianos en Cuaresma

Cuaresma

Sin Autor

Con catorce días de Cuaresma recorridos, continuamos con un amplio horizonte de oportunidades para recogernos y desprendernos de nosotros mismos, para vivir este tiempo de una forma coherente.

El pasado veinticinco de febrero el Santo Padre nos llamaba a “Caminar juntos a la esperanza”. Mensaje que me animaba a dedicar un importante apartado para tratar la ‘unidad’ como columna fundamental que sostiene las bases de una Cuaresma entendida desde la cooperación y la fraternidad cristiana. Desde la caridad y la humildad.

A veces entendemos la Cuaresma, a mi forma de ver por las personas que durante ella trato, como un camino quizás algo más individualista. Algo que guardamos en el corazón en un ejercicio perseverante saliendo en busca de Cristo, olvidándonos de nosotros mismos y actuando de tal forma que la oración cobra un brillo especial. Resulta acertado este proceder, pero sin reducirlo a este apartado y sin menospreciar su importancia, pues es tan fundamental como lo que trataremos.

De acuerdo con el carácter privado de la oración y la personalísima relación que cada uno tenemos con el Señor, no debemos de olvidar ese “Caminar juntos” que nos enuncia el Santo Padre. Lo asocio inevitablemente a la unidad cristiana. A la familia cristiana. A la unión de todos en una sola cosa que es Cristo en ese recorrido hacia La Pasión.

…Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre. Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.

Evangelio (Mc 3, 22-30)

Para lograr la unidad de nosotros los cristianos, es preciso que nos mantengamos unidos firmemente a la raíz, a Jesús. Y el medio primero para conseguirlo es la oración, la oración de las en punto que tenemos marcada por amor y nada más que amor. La oración que da frutos, momento en que conocemos la voluntad de Dios para mí y para con los demás.

De acuerdo con esta consideración, debemos fomentar y desprender el olor del perdón, del perdón personal de nuestras faltas. El que reconoce que ha pecado se le abre la puerta de la humildad, abre la ventana hacia el reconocimiento de la bajeza humana, la debilidad del hombre y esa poca cosa con alguna laña de más que somos. Así, el Papa Francisco, en una audiencia el veintisiete de agosto del 2014 nos dice: “Dios, sin embargo, quiere que crezcamos en nuestra capacidad de acogernos, de perdonarnos, de querernos para parecernos cada vez más a Él que es comunión y amor”.

El amor traspasa los límites del espacio y el tiempo para unir a las personas que se aman de verdad en el Amor que todo lo une, que tiene un rostro de Persona del que todos los demás rostros participamos. De hecho, tanto es así que es una de las verdades de nuestra fe que profesamos tantas veces en el credo: “Creo en la comunión de los santos”.

La comunión de los santos es otro de los regalos que nos hace el Señor. Una joven brisa que airea y alberga todas las oraciones en una sola haciendo interceder unas con otras, unas por otras, llegando a todos, para todos, por todos. Es una realidad maravillosa de la que todos formamos parte en un solo cuerpo a partir de una misma y única cabeza: Cristo. Realidad viva que sostiene y fundamenta la unidad de los cristianos con el buen ejemplo de la Sagrada Familia.

De tal forma leemos que la expresión “comunión de los santos” comprende dos acepciones intrínsecamente relacionadas: “comunión de las cosas santas” y “comunión entre las personas santas”.

Por tanto, tendríamos que hacer un pequeño ejercicio que comprende una simple meditación que es la de la unión fraterna con mis hermanos en la fe. Tanto los que tenemos cerca como los desconocidos y lejanos en distancia que viven como nosotros y conforme a la misma raíz del Evangelio.

Desde una barca todos dentro de ella, coger los remos. Remar, remar y remar hacia la Esperanza. Trabajar por dentro, rezar, acompañar y velar por las personas que queremos, lejanas quizás, pero muy cerca de nuestro corazón cristiano. Lejanas en el misterio de su situación, de sus problemas y tribulaciones. Acompañarlos a todos. Es un programa de vida espiritual espléndido, especialmente desde circunstancias difíciles y pensando en aquellas más complejas aún que les toca vivir a tantos hermanos nuestros. «Entregarse al servicio de las almas, olvidándose de sí mismo, es de tal eficacia, que Dios lo premia con una humildad llena de alegría».

Irremediablemente se nos abrirá esta Cuaresma el corazón hacia una caridad que sabe dar, pero más que en dar, esta se fundamenta en comprender. Comprender a nuestros hermanos dando forma a su vida cristiana, a la nuestra, por consiguiente.

Crecer en esta consideración nos revela el hecho de luchar y combatir un tiempo de conversión acompañados, sabiendo que el vecino de nuestra puerta tribula de igual forma, cara a Dios. Como nosotros.

Que no dejemos de tenerle cariño al Papa, de rezar por sus intenciones y por las de la Iglesia. No habrá nada que nos conceda más unidad que sentirnos cerca de Pedro.

Fabio R. Benavente