No hay nadie más feliz que quien es capaz de vivir en presencia de Dios, excepto aquel que, además de vivir en su presencia, obra para acercarse aún más a Él. Esos fieles serán más felices porque serán más perfectos.
Logras acercarte a esa perfección cuando comprendes que Dios tiene un plan único para ti. Él no te ve como un número más, sino como un hijo único, con una misión concreta.
Dios te ha creado libre. Esa libertad es un regalo que te permite decidir cómo obrar. Elegir hacer el bien es lo que te lleva a la verdadera plenitud y asimismo a la perfección.
Ahora bien, ¿por qué hay personas que niegan la presencia de Dios, si su amor es incondicional? Porque aún no han tenido un encuentro real con Él. Creer en algo que no puedes ver es difícil. Vivir sin certezas, sin pruebas tangibles, puede dar miedo.
Pero Dios está ahí, guiándote incluso cuando no lo ves. Él te toma de la mano en el camino hacia su encuentro.
Existen muchas razones por las que algunos hijos de Dios rechazan su presencia. Sin embargo, en lugar de centrarnos en ellos, pensemos en las millones de personas que sí creemos y vivimos por y para Él.
Sentir a Dios es estar en soledad con Él y descubrir que esa voz interna que te impulsa a hacer el bien es su presencia en ti. Es Dios quien te indica el camino, pero te deja margen para equivocarte y aprender, porque tu libertad es parte de su amor.
Cuando entiendes que Dios está a tu lado en cada paso que das, dejas de preocuparte por quién cuidará tu alma. En ese momento, sientes la conocida PAZ.
Ese acercamiento a Dios es algo que debes trabajar cada día, haciendo su voluntad sin miedo a equivocarte. Aunque falles una y mil veces, su bondad siempre te acogerá con el perdón.
Si pudiera describir con palabras la plenitud que se siente al estar en unión con Dios, necesitaría todo un libro. Pero es una experiencia tan única y personal que solo puedo animarte a que la busques. Cuando yo la encontré, hubo un antes y un después. Sentí que alguien me hablaba y me guiaba, alguien que siempre había estado en mí, aunque no lo reconociera. Cuando finalmente vi a Dios en mi vida, todo cambió. Mi vacío desapareció y,
desde entonces, todo cobró sentido.
Como cristiana, miro la cruz con admiración, amor y gratitud. Él siempre me perdona, es paciente, me ama incondicionalmente y entregó su vida por mí y por todos. ¿Por qué no podemos darle, aunque sea, un pedacito de nuestro tiempo, de nuestro ser?
Desde mi encuentro con Dios, no hay nada en este mundo que pueda compararse a Él. Él es perfecto.
Si fuera necesario, volvería a cerrar los ojos y caminar a ciegas solo con su guía. Sería capaz de dejarlo todo por estar con Jesús.
Mantener la fe no es fácil. Es una lucha diaria contra la tentación de pecar, de dudar, de pensar que Dios nos deja solos. Pero cuando recuerdas los momentos en los que estuviste perdido y Él estuvo allí, hablándote, escuchándote y salvándote, te das cuenta de que nunca te ha abandonado.
A veces, caemos en la tentación de pensar mal, de desesperarnos, de creer que Dios nos ha olvidado. Pero la verdadera pregunta es: ¿somos nosotros quienes hemos olvidado a Dios?
Cuando dudamos de su plan, cuando pensamos que Él nos ha soltado la mano, necesitamos su perdón. No porque Él nos guarde rencor, sino porque el perdón nos devuelve la paz.
Por eso, la confesión es tan importante. Es la llave que abre las puertas de la paz interior. Sentarte frente a Dios y reconocer que te has equivocado no es humillarte, sino demostrar que confías en Él, que reconoces tu debilidad y que, a pesar de ella, sigues queriendo acercarte más a su amor. Luego, solo queda confiar.
Si en algún momento te has alejado de Dios, la Cuaresma es el momento perfecto para volver a su lado.
Como dice el Papa Francisco:
«La Cuaresma nos recuerda cada año que «el bien, como también el amor, (…) no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día».»
Este tiempo es una oportunidad de crecimiento. Jesús recorrió un camino de dolor, humillaciones y sacrificio, pero también de amor infinito. Durante estos 40 días, podemos acompañarlo y prepararnos para su Pasión, Muerte y Resurrección.
Cada una de estas etapas tiene un significado profundo:
- Pasión: Es el testimonio del amor incondicional de Cristo por la humanidad.
- Muerte: Representa el sacrificio supremo para redimir nuestros pecados.
- Resurrección: Es la victoria de Dios sobre la muerte y el pecado, la esperanza de la vida eterna.
Este año, te invito a incluir en tus oraciones una plegaria especial por el Papa Francisco, para que Dios le conceda salud y fortaleza.
Y a quienes aún no han tenido su encuentro con Dios, les animo a participar en el Año Jubilar 2025. Es una oportunidad para reflexionar, peregrinar y reencontrarse con la misericordia divina. Este Jubileo nos invita a reconciliarnos con Dios, con los demás y con nosotros mismos.
En este mundo lleno de ruido y distracciones, encontrar a Dios es hallar la verdadera felicidad y la paz interior. No tengas miedo de dar el primer paso. Dios ya está esperándote.
Betredade Serrano