“Otra caída… y ¡qué caída!… ¿Desesperarte?… No: humillarte y acudir, por María, tu Madre, al Amor Misericordioso de Jesús. —Un «miserere» y ¡arriba ese corazón! —A comenzar de nuevo”. (Camino – San Josemaría Escrivá de Balaguer).
‘Polvo eres y en polvo te convertirás’ o “conviértete y cree en el Evangelio” esta son las palabras que los sacerdotes emplearon durante la imposición de la ceniza el pasado miércoles 5 de marzo. Este es por tanto el día en que la Iglesia dio comienzo a un nuevo tiempo litúrgico, la Cuaresma.
La Cuaresma es el periodo de 40 días en que los cristianos nos preparamos para celebrar el Triduo Pascual en el que conmemoramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. El tiempo cuaresmal es un tiempo de conversión y purificación para el corazón, pues poner en manos de Dios y ofrecer mediante la oración y el sacrificio diario todo lo que hacemos a lo largo de nuestra jornada, hace que nuestra entrega sea total y entera por seguirle, hace que volvamos a lo que realmente somos y hace que volvamos a Dios.
La Cuaresma es, en definitiva, un tiempo de cambio y una nueva oportunidad para poder comenzar de nuevo.
Para realizar este camino de conversión y renovación, se nos invita a llevar a cabo tres grandes
obras:
1. Limosna: No consiste en un gesto rápido que nos limpie la conciencia, sino que es mirar a los que están pasando por momentos realmente complicados, es tocar con nuestras propias manos los sufrimientos ajenos. Es la entrega entera y total de uno mismo a los demás basada en la caridad y en la unión a Cristo en su pobreza.
2. Oración: Es la que nos permite dirigir nuestra mirada al Padre sin que esta llegue a convertirse en una ritualidad, sino que sea un diálogo de amor y verdad con Él donde además de dar gracias y pedir, sepamos también escuchar lo que él nos quiere decir.
3. Ayuno: Es la práctica mediante la que nos privamos de ciertos caprichos o placeres que probablemente durante el resto del año podemos tener con cierta frecuencia. Es una manera de hacerle ver y entender a nuestro corazón, en este proceso de cambio, que es lo que realmente queremos y necesitamos que permanezca en nosotros y qué es aquello de lo que podemos prescindir.
Estas prácticas, no deben ser ritos exteriores que no toquen nuestra vida, en muchas ocasiones los hacemos para recibir el aplauso, para que nos admiren o simplemente para atribuirnos el mérito de haberlos realizado, pero la verdadera esencia de estos actos es que puedan manifestar la
renovación y el cambio que nuestro corazón esté experimentando.
Dirijamos durante este tiempo de Cuaresma nuestra mirada a Dios, para que la limosna, la oración y el ayuno tengan fruto en nosotros y podamos manifestar aquello que verdaderamente somos, hijos de Dios. Que la limosna sea manifestación de nuestra compasión con los más necesitados, que la oración dé voz a nuestro deseo de volver con Él y el ayuno nos ayude a ser interiormente más libres y volver a lo que realmente somos.
Pidámosle a Dios que en este tiempo de reflexión y penitencia nos dé fuerzas para eliminar todo lo que en nuestra vida no nos hace bien y pidámosle que los frutos de este tiempo sean patentes y contagiosos a la gente que nos rodea y nos acompaña en nuestro día a día, para que así todos sean partícipes del amor que Cristo nos ha dado muriendo en la cruz y humillándose hasta el extremo por amor a nosotros.
“La Santidad no consiste en no equivocarse o no pecar nunca. La Santidad crece con la capacidad de conversión, de arrepentimiento, de disponibilidad para volver a comenzar, y sobre todo con la capacidad de reconciliación y perdón”. (Benedicto XVI).
Jorge Aura Guillem