El comportamiento típico del varón y de la mujer

Catequesis

José Gil Llorca

Voy a proseguir aquí las reflexiones del artículo anterior. Concretamente de la muerte de la madre y sus siete hijos que narra la Sagrada Escritura en el segundo libro de los Macabeos. Considerábamos allí el ardor varonil con que la madre de los siete hijos los animaba a afrontar la muerte para ser fieles a la ley de Dios. Y concluíamos la admirable y armónica integración de lo masculino y lo femenino. De tal modo que es una persona virtuosa la que puede comportarse de este modo.

La mujer puede vivir lo típicamente femenino de un modo varonil, y el hombre por su parte puede vivir lo típicamente masculino del modo y con la virtud como lo hace la mujer. Esta integración que observamos en aquella madre es algo de lo que podemos citar numerosos ejemplos que nos ayudan a entender mejor lo que describe el segundo libro de los Macabeos sobre esta madre.

La Beata María Jesús de Yepes, fue fundadora del Convento de Carmelitas Descalzas de Alcalá de Henares y compañera de santa Teresa en la reforma de la Orden. Se casó siendo muy joven, y al poco tiempo quedó viuda. Entonces entró como religiosa en el Convento de Carmelitas Calzadas de Granada.

Siendo novicia en 1560 tuvo una aparición de la Virgen, que la mandó que fundara un convento de su Orden, reformado según la regla primitiva. Su confesor intentó persuadirla de que había sido un sueño pero la Virgen volvió a aparecérsele a la novicia dos veces más, y como su confesor seguía oponiéndose a lo que pretendía, María de Jesús fue a ver al padre Gaspar de Salazar, confesor de santa Teresa, el cual se encontraba en Granada por aquellas fechas.

Siguiendo los consejos de este sacerdote, lo mismo que hiciera la santa abulense, dejó el hábito de novicia y tomó el de beata, vendió su hacienda y se dirigió a Roma, donde tras entrevistarse con el papa Pío IV, consiguió el breve y los despachos necesarios para fundar en Granada un Convento de Carmelitas Descalzas. Tal debió de ser la firmeza, la seguridad y el valor con el que expresó su petición al Papa que después de escucharla se dice que exclamó: —“ ¡Mujer varonil!… Désele lo que pidiere”.

Y sobre la misma Santa Teresa de Jesús hizo un comentario semejante el Provincial de los Dominicos, Juan de Salinas que había preguntado por ella al P. Bañez. Este le contestó que podría verla en Toledo y comprobar que era una mujer que merecía la estima en la que la tenían. Y efectivamente pudo verla en Toledo y confesarla casi a diario durante el tiempo que estuvo allí. Y cuando tuvo oportunidad de comentar al P. Bañez la impresión que había obtenido de ella dijo: “—Me habéis engañado al decir que la Madre Teresa es mujer. A fe mía que es varón y de los que más merecen llevar barba”.

Hemos hablado del valor, del ardor varonil con el que esta madre animaba a sus hijos a afrontar los tormentos para mantenerse fieles. Fijemos ahora nuestra atención en el hecho mismo de animarlos. Que los animaba quiere decir que los impulsaba, les motivaba, les inducía a la fidelidad. La expresión, animar, etimológicamente quiere decir vivificar el alma al cuerpo.

El Diccionario de la Real Academia consigna además, entre otras, las siguientes entradas: infundir vigor a un ser viviente; infundir energía moral a uno; excitar a una acción. Para bien o para mal, la mujer aparece mejor dotada de un modo natural en este sentido. Nadie como la mujer para persuadir. Ella logra con habilidad que el varón actúe de un modo o de otro.

El libro del Génesis atribuye a la mujer el hecho de dar el paso decisivo en contra del mandato del Creador. Es ella la que después de haber probado el fruto prohibido lo da a comer al varón. Desde entonces muchos actos deleznables han sido llevados a cabo por varones instigados por una mujer, hasta el punto de afirmar la Sagrada Escritura que «toda malicia es muy pequeña en comparación de la malicia de la mujer» . Pero si cabe decir eso, también es cierto lo contrario: nadie mejor que la mujer para persuadir al varón de que obre el bien. El testimonio de la madre de los macabeos es patente.

También es interesante considerar a este respecto lo que la Sagrada Escritura nos dice sobre Baraq y Débora. Ésta hace llamar a Baraq para decirle que Yahvéh le ordena marchar contra Sísara, jefe del ejercito de Yabín, pues Yahvéh lo pondrá en sus manos. La respuesta de Baraq es la siguiente: —“Si vienes conmigo voy. Pero si no vienes conmigo no voy”. Débora es figura de la mujer, símbolo de la misión de la mujer. Es esta una característica en la que se manifiesta de modo peculiar la fortaleza femenina como apoyo y ayuda de la decisión y fortaleza del varón.

La mujer con su presencia, con su ánimo, afirma e impulsa el actuar del varón. Es Baraq y su ejército —por la fortaleza física que posee el varón— quien debe entrar en batalla, pero lo hará en la medida en que encuentre el respaldo y la seguridad de la presencia de Débora. Es como si dijera: «Estando a mi lado, me infundes el valor para la lucha, por eso, si vienes conmigo iré y combatiré. Pero te necesito a mi lado. Contigo me atrevo».

Así pues, podemos decir que, así como no hay nada como una mujer dispuesta para el bien, tampoco hay nada que pueda igualarse a una mujer dispuesta para el mal. Aquí se cumple perfectamente el adagio latino: corruptio optimi, pésima (la corrupción de los mejor es lo peor).

De entre los innumerables ejemplos positivos en los que ha destacado el papel de la mujer animando al varón, “induciéndole” a obrar bien, deberíamos considerar sobre todo uno que nos parece de particular significación. A instancias de una mujer, el Verbo eterno hecho carne, adelanta su hora en las Bodas de Caná de Galilea. ¡Dios mismo quiere consentir y plegarse a lo que le pide esa mujer!

Sí, la mujer ha sido y es la ayuda que el varón necesita. Por la mujer y gracias a la mujer, el varón puede llegar a ser varón. Cuentan que en cierta ocasión un embajador persa preguntó a la mujer de Leonidas por qué razón en Lacedemonia se trataba con tanta consideración a las mujeres, a lo que ésta respondió “porque sólo ellas saben hacer hombres”.

El mismo Dios ha querido hacerse hombre, varón, en una mujer: “Al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer”. De este modo se pone de manifiesto la extraordinaria dignidad de la mujer que puede llegar a considerarse como «representante y arquetipo de todo el género humano» . En qué sentido puede ser esto, lo entrevemos si consideramos que la criatura humana en cuanto tal, tanto varón como mujer, son ambos “femeninos” en relación al Creador.

Hemos de tener en cuenta que el amor por excelencia es el amor esponsal. El amor esponsal viene a ser por tanto, como el paradigma de toda clase de amor. Pero de esta cuestión trataremos en el próximo artículo.