La Madonna del Riposo

Cambiar el mundo

José Gil Llorca

Hace tiempo viví unos años en Roma, muy cerca de Piazza di Villa Carpegna. Desde allí sale una calle en dirección al Este que lleva el nombre de Vía della Madonna del Riposo. Se llama así porque al final de esa calle, en la confluencia con Vía Aurelia, hay una pequeña ermita dedicada a la Virgen bajo la advocación de la Madonna del Riposo.

Según consta en una lápida de mármol que hay en la fachada, esta ermita fue erigida por el Papa Pío IV en 1561 y ampliada posteriormente por San Pío V en 1566.

El Papa Pío XII le tenía mucha devoción, de hecho a él se debe una de las restauraciones de la misma. Acostumbraba a llegar a hasta allí dando un largo paseo desde el Vaticano a través de una amplia zona de descampado que, entonces, estaba sin edificar. En aquel lugar se podía descansar, visitar a la Madonna en su pequeña ermita y divisar un bello atardecer con los últimos rayos del sol poniente iluminando la cúpula de San Pedro.

He estado muchas veces en esta pequeña ermita que no tendrá más de cinco metros de ancho por diez o doce de largo. Hay una doble fila de cinco pequeños bancos de madera en el que solo caben dos personas. Decora el ábside un fresco del siglo XVI que representa una tierna imagen de la Virgen con el niño en brazos y con cuatro ángeles a sus pies con instrumentos musicales. El primero toca un laúd, el segundo un violín, el siguiente es un flautista y el último tiene un violonchelo.

Estar allí, tranquilamente sentado, mirando a la Madonna podría uno escuchar la música de esos ángeles que tocan para Ella. Disfrutar de la calma para reconfortar el alma. Una calma hecha oración y con música angélica de fondo. No es un mal plan. Es más, es algo muy necesario tanto para el alma como para el cuerpo.

En un mundo en el que la prisa se ha convertido en una enfermedad grave y preocupante de efectos muy dañinos, viene bien reflexionar un poco acerca de la necesidad del reposo, de la pausa, del descanso. En definitiva, la capacidad y la necesidad de considerar hacia dónde nos estamos dirigiendo. Sin sosiego, sin momentos de reflexión, de paz para considerar nuestra vida, no podemos tener una perspectiva adecuada de nuestros actos, de la dirección de nuestra vida, de su sentido. Necesitamos detenernos de vez en cuando para considerar, y mucho mejor si lo hacemos acompañados de la presencia de la Madre del Cielo, hacia dónde nos dirigimos y si estamos en el camino correcto.

¿De qué nos serviría seguir tan deprisa si nos hemos salido del camino? Santo Tomás de Aquino advierte con rotundidad que quien corre fuera del camino, cuanto más rápido avanza más se aleja de su meta. De ahí que sea mejor, caminar, aunque sea cojeando por el buen camino, que correr fuera de él.

Hay otras muchas consideraciones que me gustaría compartir sobre esta cuestión, pero ya habrá oportunidad para ello en otros artículos. No hay prisa. Prefiero pensarlas un poco más despacio, considerarlas más detenidamente y así, poder expresarlas de la mejor manera posible.