En un artículo anterior os contábamos en qué consiste esta aventura llamada Proyecto Divergente. En los cuatro artículos que seguirán a aquel, una serie de la que esta es la primera pieza, os hablaremos del contenido del programa, de en qué consiste esta aventura que proponemos. ¿Con qué rellenamos esos socavones que os dijimos que hemos encontrado en esa aventura de la madurez llamada «educación»? ¿Qué habría que enseñar respecto a lo que lleva a un adolescente a estar en las mejores condiciones para, llegado el momento, dejar de serlo?
No estamos preparando a los jóvenes para que sean atletas mentales, esto es, intelectuales y sentimentales. No les estamos ayudando a disciplinar su razón y su corazón para enfrentarse a los enormes y fascinantes retos a los que habrán de enfrentarse. El mundo es cada vez más complejo e interesante; en consecuencia, necesitamos una estrategia para gestionar excelentemente tiempo, atención y esfuerzo. Como decíamos en el artículo anterior, la confianza en que esto se trate «transversalmente» en el instituto o la universidad está resultando fallida, a tenor de las cifras de ansiedad y depresión conocidas —hay más causas, por supuesto, pero carecer de estas habilidades es una de ellas, y no menor—, y por lo tanto conviene entrenarse en ellas.
Hablar de gestión del tiempo implica referirse a las prioridades. La confusión entre lo urgente y lo importante, y entre lo que me apetece hacer y lo que exige un adicional esfuerzo, es muy habitual a estas edades, un efecto amplificado por la ubicuidad del entretenimiento. Las personas necesitamos crear espacios separados en los que nuestras distintas responsabilidades puedan desarrollarse y crecer; y necesitamos analizar cuánto de nuestro tiempo en internet se consagra a crear (a cualquier nivel) y cuánto a consumir. Entre nuestras principales batallas, en este ámbito, está la de acabar con los cronófagos, las personas y entidades y asuntos y cacharros que devoran nuestro tiempo sin aportarnos. Aquí hay un asunto muy contracultural que añadir: tenemos que dejar de hacer cosas, abandonar empeños para concentrar esos recursos en otros de mayor provecho. Este provecho no tiene por qué ser dinerario, sino valioso, en cuanto a lo que más importa.
Cuando oigan hablar de ansiedad y depresión, piensen sobre todo en gente superada, exhausta. Uno de los motivos son hábitos cerebrales empobrecidos: no dormir ni descansar lo suficiente, ausencia de una disciplina personal que se compadezca con los modos que durante la jornada y de acuerdo con la alimentación y el sueño nuestro cerebro adopta. Es crucial para el que quiera hacer bien muchas cosas —esto incluye estudios, trabajo, ciudadanía, relaciones afectivas y un largo etcétera— automatizar o externalizar algunas tareas para poder llevar adelante otras. Todo esto que contamos no basta con recibirlo como un conjunto de ideas: hay que practicarlo, vivirlo, que es justo lo que propicia este programa.
La atención es la puerta de entrada a la inteligencia y la sensibilidad. Como decía William James, nuestra vida no es más que el producto de nuestras atenciones, pues aquello a lo que no atendemos es para nosotros como si no hubiera sucedido. ¿Cómo es entonces posible que hayamos cedido el gobierno de nuestra atención a negocios cochambrosos que nos tienen despistadísimos y apuntando hacia lo que no nos aporta y solo enriquece a unos cuantos? Llegará el día en que alguien trazará la línea que va de algunas tecnologías disfuncionales a la explosión que vivimos de diagnósticos de TDHA. Entretanto, toda persona, joven o no, debe saber que el gobierno de sí y por tanto sus posibilidades de vida buena pasan por reconquistar su atención.
Todo el que vive en nuestro mundo sabe que el principal desafío está en hacer del smartphone nuestro esclavo, en vez de dejar que ocurra lo contrario. Frente a los de «circulen, nada que ver» y los apocalípticos, es hora de decir que hacer de esta tecnología una ventaja personal es perfectamente posible, siempre y cuando nos entrenemos adecuadamente. En eso consiste precisamente el Proyecto Divergente: herramientas y mejores prácticas, y planes de acción que ayudamos a construir a los asistentes, y no arengas ni versiones cenizas ni color de rosa.