Hablar de belleza en el mundo de hoy pareciera ser revolucionario. Un mundo en el que las armas no callan y las injusticias de la guerra permanecen como una agonía que nos hace sentir enfermos como humanidad, el corazón se pregunta una y otra vez: ¿dónde está lo bello?
Aparece la tentación del pesimismo y el desánimo, la tristeza de la historia cíclica que siempre se repite. El mal que permanece y que en nuestra debilidad nos trata de convencer de que no hay lugar para la Esperanza.
Sin embargo, buscar la belleza y encontrarse con ella cada día es una misión que implica vivir con cierto coraje. Para contemplar la belleza de la vida debemos elegir el amor y ahí está nuestro mayor desafío. Optar por la belleza en libertad.
Elegir el amor nos interpela a ejercitarnos en la bondad, superando nuestro egoísmo y poniendo en juego nuestra propia vida. La bondad nos exige superar el pesimismo y aferrarnos a la Esperanza que no defrauda.
No defrauda en la medida que tomamos conciencia de que cada uno es puente de esperanza para la humanidad que lo rodea. No defrauda en la medida que cada uno se hace cargo en la parte de la historia que le toca. No defrauda en la medida que las injusticias nos indignan y nos llevan a luchar con amor por el respeto a la dignidad de “todos, todos, todos”.
Entonces, sí. Existe aún lo bello. Existe lo bueno. Existe la Esperanza.
Lo bello está en ti. En la ternura con la que acaricias la vida que Dios ha puesto a tu alrededor. Lo bello está en ti. En los dones puestos al servicio de tu comunidad. Lo bello está en ti. En la buena intención que motiva tus tareas diarias. Lo bello está en ti.
Dar lugar a lo bello, es dar lugar a Dios en nuestra vida. Él es fuente de toda bondad, de todo bien, de toda ternura. Él es el que nos primerea en el amor. Él es quien tiene Esperanza en nosotros y nos regala su misericordia. Ahora bien, nosotros: ¿tenemos puesta nuestra esperanza en Él?