Ni transgresores, ni modernos

Cambiar el mundo

Sin Autor

Con suma perplejidad, observamos en las noticias cómo personajes públicos o no tan públicos, hacen uso de la burla, el escarnio y la irreverencia en multitud de ámbitos; como si de innovar se tratara, en pro de la libertad de expresión, pretenden congraciarse con el público, presumiendo de transgresores y modernos.

Al mismo tiempo, aparecen los defensores de esa libertad de expresión que nunca existe, para afear, en muchos casos, la conducta de aquellos que hieren los sentimientos religiosos de la gente.

Sin embargo, la realidad es bien distinta: aunque la burla y el ataque gratuito sean motivo de ofensa al prójimo, lo grave del asunto es que va más allá de los sentimientos humanos. Y de Dios, nadie se ríe.

La primera mala noticia para los supuestos transgresores modernos, es que ni son transgresores, ni son modernos.

Se olvidan de que el Hijo De Dios vino al mundo y nadie salió a su encuentro. Su padre y su madre, deambularon por Belén y nadie se dignó a atenderles.

Se olvidan de que, ese mismo Niño, después de nacer con lo puesto (lo que le pusieron sus padres), tuvo que salir escopeteado hacia Egipto, porque el rey Herodes quiso asesinarlo.

Se olvidan de que, en su propia tierra, quisieron despeñarlo y de que, probablemente, los mismos que lo vitoreaban sobre un asno, a los pocos días, pedían su muerte. Y lo mataron.

Se olvidan de que, la crucifixión y la persecución devinieron en frutos fértiles, en semilla de nuevos cristianos.

Se olvidan de que, la iglesia nació con doce hombres cualesquiera y encima, uno de ellos lo vendió a precio de saldo.

Se olvidan de que, en la hora del juicio, no será la opinión pública la que dictamine sentencia; de que, en este mundo todo pasa y los que antaño te aplaudieron, pueden condenarte después.

Se olvidan de que, Dios es tan infinitamente misericordioso como justo y de que, en la hora de la muerte, seremos examinados en el amor y no en los likes o retuits que tengan nuestras publicaciones.

Pero también, los que nos consideramos cristianos, los que fuimos incorporados a la Iglesia por el bautismo, nos olvidamos de muchas cosas.

Nos olvidamos de que, nada sucede porque sí (ni un pelo de vuestras cabezas caerá sin que lo permita el Padre).

Nos olvidamos muchas veces de que somos discípulos de un crucificado; de que, Dios en su omnipotencia, se sirve de cualquier situación o persona, para atraer las almas.

Nos olvidamos de que, san Pablo, siendo un destacado perseguidor de los cristianos, acabó dando su vida por Cristo. O de que, el doctor Nathanson, siendo el mayor promotor mundial del aborto, acabó bautizándose y distinguiéndose en la lucha por la vida.

Nos olvidamos muchas veces de que, Cristo nos espera en el sagrario, a todos, sin distinción.

Nos olvidamos de que nuestra vida, debe ser luz; de que, hay que evangelizar a tiempo y a destiempo, pero nos aprieta el qué dirán, el respeto humano.

Nos olvidamos de que el que lo niegue, será también negado por Él; de que, ha venido a llamar a los cansados y los agobiados, a los miserables y a los pecadores, a las ovejas perdidas.

Nos olvidamos de que, los planes de Dios, no necesariamente deben coincidir con los nuestros; de que, el Bien, no necesita de trompeteros ni de medios masivos de comunicación.

No es nada nuevo, ni moderno, ni siquiera transgresor el hacer chanza de lo sagrado. De hecho, es algo trasnochado y anticuado.

Lo que está en boga y nunca pasa de moda es el amor, la caridad, la esperanza. El amor de las hermanas del Cottolengo que se dejan la vida por sus enfermos; la caridad de los sacerdotes misioneros, que dejan a sus familias para llevar el amor de Dios por todo el mundo; el amor de las Misioneras de la Caridad, que atienden a los pobres y desvalidos casa por casa, en la calle y en cualquier lugar; el amor de los párrocos, que vuelcan sus energías en su parroquia; la esperanza de las nuevas vocaciones a la vida religiosa y consagrada, a la vida matrimonial. Ellos tienen claro “… que YO estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.

Pero no es tarde para nadie, siempre que exista el arrepentimiento. Dios sabe de nuestras miserias y no nos abandona a nuestra suerte. Es la Misericordia frente a un mundo que juzga de forma implacable y severamente a los que contradicen lo políticamente correcto. El recelo y la desconfianza no existen en el confesionario, porque no es el sacerdote el que perdona, si no Dios mismo a través de la absolución.

La esperanza de los cristianos es que, por muchos y graves pecados que hayamos cometido, Dios tiene su puerta siempre abierta, para que humildemente, pidamos su perdón.

La ciencia más acabada
es que el hombre en gracia acabe,
pues al fin de la jornada,
aquél que se salva, sabe,
y el que no, no sabe nada.

En esta vida emprestada,
do bien obrar es la llave,
aquel que se salva sabe;
el otro no sabe nada.

Francisco Javier Domínguez