En estas fechas navideñas contemplamos muchas veces la imagen tierna de Jesús, el Hijo de Dios nacido en Belén. Sin embargo, es una pena, que en una civilización cristiana, cada vez más, las representaciones de todo tipo del «Portal de Belén» hayan sido despojadas de su verdad más íntima. Son muchos los que no perciben la grandeza del acontecimiento. Solo asocian esa representación con unos sentimientos de ternura y afecto humano. Un ambiente que nos lleva a una alegría difusa, ambiental, con música de villancicos, panderetas y cascabeles, luces de colores, ilusiones, regalos, deseos de paz, cenas especiales y dulces típicos.
La Navidad que se celebra en estas fechas, ha dejado de ser para una inmensa cantidad de cristianos una Navidad cristiana. Y una Navidad que no es cristiana, no puede ser Navidad. Hace muchos años, Chesterton escribió un magnifico artículo en el que advertía del peligro de que nos robaran la Navidad. Bien, pues ese robo, tristemente hace años que ya se produjo y por el momento aún no lo hemos podido recuperar.
Recuerdo una encuesta hecha en el años 2000 en el Reino Unido cuyos datos eran desoladores y, desde luego que desde entonces, estoy convencido, serán aún más negativos. Según la encuesta, tan solo el 8% de los niños asociaba la Navidad con el nacimiento de Jesús.
El 77% de los niños entre 4 y 7 años, asociaban la Navidad con los regalos que trae Papa Noel. Esos niños de entonces son ahora adultos de 30 o 35 años. Y seguirán pensando en la Navidad como un tiempo de fiesta, luces, regalos, vacaciones, reencuentros familiares, etc. Pero todo ello no les hablará del hecho esencial y fundamental de la Navidad. Ésta habrá quedado reducida lo comercial. La Navidad convertida en negocio. Desaparecida la fe, ha desaparecido el objeto de esa fe. Y desaparecido el objeto central de la fe, todo aquello que no es más que accesorio que tiene sentido como expresión de la verdad de lo que se celebra pierde irremediablemente su identidad.
Es sorprendente la capacidad del enemigo de Dios, Lucifer, para dar la vuelta a todo el plan de Dios y establecer su propio plan demoniaco. Como expresa el dicho popular: «el demonio sabe más por viejo, que por demonio». La experiencia le confirma que repitiendo lo mismo que dijo desde el comienzo, en el Génesis, es suficiente para seguir engañándonos una vez tras otra. Es sibilino, muy astuto. No elimina lo externo de la Navidad, sino lo interno. Nos presenta una cáscara vacía y nos roba el buen fruto que hay en su interior. La cáscara de una almendra no es una almendra. Ni la piel de una naranja es una naranja.
El demonio da brillo al exterior y nos roba lo interior. Nos estafa. No deja solo con la cáscara. En vez de mirar a Dios, nos hace mirar al suelo. No suprime los sentimientos humanos de afecto y cariño, de paz y de amor, pero los desorienta, y lo hace también en el sentido más literal. Nos aparta del Oriente. Nos hace despistarnos de lo que poco antes profetizó Zacarías, el padre de Juan Bautista, cuando se le soltó la lengua y proclamó el «Benedictus»: «Visitabis nos óriens ex alto…»Nos visitará el Oriente que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en las tinieblas y en sombra de muerte».
Con las luces de las calles y comercios, olvidamos que vivimos en oscuridad y sombras de muerte, que éramos esclavos, culpables y malvados, y que ahora hemos sido liberados, aunque podemos volver a esa triste situación. Nos distraen las lucecitas de colores de mirar a la verdadera Luz. La Luz que reposa envuelto en pañales en un pesebre. Esa Luz que irradia, que brota de sí mismo, como con exacto sentido teológico reproducen muchos pintores. Del niño sale la luz. La Luz que lo ilumina todo.
En esta cultura de la muerte, donde se acaba con la vida de tantos niños inocentes, una vez más, cada Navidad, hemos de ser conscientes y pregonar valientes, convencidos y alegres, que la salvación del mundo está en el nacimiento de un niño, en que la Virgen da a luz a aquel que es la Luz. Nace Dios. El Único y verdadero Dios que viene en la humildad de un niño para salvar al género humano.
Es posible recuperar la verdadera Navidad que nos han robado si recuperamos su verdadera y auténtica esencia. El gozo y la alegría de estos días es que un niño nos ha nacido, el Mesías, el Señor. Hay esperanza para vencer el mal. Hay esperanza para la paz, para el bien, para la justicia, para la fraternidad, no como algo que el hombre puede alcanzar por sí mismo mediante acuerdos y pactos políticos, sino como un don que nos viene de lo alto, la Luz que rompe las tinieblas y sombras de muerte y nos trae la Vida.